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El buen salvaje

Dos millones y medio fueron a los toros, ¿mucho o poco?

El Gobierno necesita ruido, mucho, mucho ruido. Y quién soy yo para criticárselo. No aprendemos. Entramos siempre al trapo

El ministro de Cultura invoca a una «mayoría social» para eliminar el Nacional de Tauromaquia en aras del bienestar animal y contra la «tortura». No sabemos si antes de que nos lo prohíban a todos castigará sin cuernos al resto del gabinete, a ex ministros como Ábalos o Calvo y a los parlamentarios que apoyan a la coalición en el poder. Sería maravilloso que pudieran visitar prostíbulos pero no las plazas. Valga el disparate porque todo se convierte en un gran espectáculo del sectarismo más ridículo. No explica Urtasun qué es la «mayoría social». Al menos dos millones y medio de españoles acudieron al ritual taurino en 2023 sólo en plazas de primera y de segunda. Un buen trecho de la lista de películas españolas subvencionadas en el mismo año no consiguieron reunir a 1.000 espectadores. Hay pequeñas piezas que se quedan en el prestigio sin nadie que las aplauda y bodrios sin adjetivo que también merecen vivir. No estoy en contra en absoluto de que se ayude al cine, incluso si está Marisa Paredes, histriónico pelo de maíz, de los chicos del maíz, solo intento saber qué es mucho o qué es poco para el ministro. Que lo explique como si fuéramos niños de «Barrio Sésamo». Cuatro millones disfrutaron de algún espectáculo de música clásica. A cada vecino le da por un felpudo. ¿Hay una estadística sobre cuántos veganos practicantes nos rodean? ¿Y carnívoros, incluyendo al ex ministro Alberto Garzón?

Pero resulta que hay al menos dos millones y medio de sádicos y torturadores a los que habría que reeducar para que desistan y gusten solo de lo que place al ministro, no sé, moldear una pulserita de cuero mientras se escucha a Lluis Llach o leer sus artículos musicales en «Rockdelux» sobre «el expolio musical jamaicano», que no he disfrutado porque hay que registrarse y me daba pereza.

Al cabo, a Urtasun le susurraron «Calienta, que sales» y se puso a torear porque no tiene nada que ofrecer más que la ideología pueril del buenismo animal y la descolonización museística y porque una polémica con decibelios como esta roba el foco al desastre del Ejecutivo y de su jefa. Los toreros no necesitan premios del ministerio. Deberían desaparecer todos porque siempre van a los «amigos» del partido de turno. ¡Pero si hasta Amaral tiene uno! Era el ministerio el que se hacía más grande al galardonar a lo más auténtico de nuestro patrimonio. Pero el Gobierno necesita ruido, mucho, mucho ruido. Y quién soy yo para criticárselo. No aprendemos. Entramos siempre al trapo.

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