
Escrito en la pared
Economía política del pinganillo
Esos dignatarios sólo encuentran en sus lenguas locales el elemento diferenciador sobre el que asentar poder y privilegios
La cuestión del pinganillo ha levantado ampollas en la reciente Conferencia de Presidentes, principalmente por la disconformidad de Isabel Díaz Ayuso, a quien parece absurdo el abandono de la lengua común en tales eventos. Puede tener razón –y sus electores se lo agradecen–, pero no sopesa el balance que hacen de su empleo los mandamases vascos y catalanes. Dado que los asuntos raciales están de capa caída –y además ni lo del Rh tiene un pase–, esos dignatarios sólo encuentran en sus lenguas locales el elemento diferenciador sobre el que asentar poder y privilegios. Ya se lo señaló allá por 1561 Lope de Aguirre al rey Felipe II en carta donde argumentaba que, para «más valer», él y los suyos necesitaban «desnaturalizarse de nuestra tierra que es España». Y en eso están, calculando los pros y contras, los beneficios y los costes, la economía política, en suma, del pinganillo para utilizar unas lenguas –el vascuence y el catalán– que sólo emplean habitualmente el 13 por ciento de los vascos y el 33 por ciento de los catalanes. Ventajas, sin duda, hay muchas. Y si no, que se lo cuenten a los vascos, con su sistema foral y su cupo, que actualmente les deja un saldo de siete mil millones al año que no pagan al Estado y es fuente de poder porque da mucho para repartir. Tal vez por eso, ahora, para sentarse en sus poltronas, ya no hacen falta apellidos, aunque sí un alto nivel de euskera. Los nacionalistas catalanes todavía no han llegado a tanto, pero están empeñados en hacerse valer con un cupo para el que piden, de momento, 16.000 millones anuales. Claro que también hay inconvenientes, como el de sostener un sistema educativo caro e ineficaz que, año a año, prepara cada vez peor a sus alumnos. O el de no poder cubrir todas las plazas del sistema sanitario público –en el que suma más la lengua local que los doctorados–, con el consiguiente perjuicio para los enfermos. O el de tener canales de TV que no mira casi nadie. O sea que esto de la economía política del pinganillo tiene sus embrollos. Pero, de momento, parece que su saldo es provechoso.
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