Política
Casado quiere un PP que gobierne
Si por algo se define el actual tiempo político en España es porque partidos de cortísimo recorrido se han situado en el tablero político con soluciones generalmente fáciles para problemas complejos. Hablan claro, sí, pero sus programas son inaplicables. De nada sirve la experiencia de gobierno, haber luchado contra el terrorismo, gestionado la peor crisis económica, haber mantenido a salvo los servicios públicos dignamente y los muchos años de trabajo en las instituciones del Estado, porque la nueva política, a izquierda y derecha, empuja hacia donde la mayoría no quiere ir: acabar con el pacto constitucional del 78 que aseguró la mayor época de prosperidad de España. Es decir, buscar lo que nos separa y no lo que nos une. Por eso es necesario que haya un partido que atienda al conjunto de los españoles, que sobresalga sobre ocurrencias expresadas en un tuit o pactos con aquellos que quieren acabar con la integridad territorial. El PP de Pablo Casado se ha propuesto ocupar su espacio natural. Y hacerlo sin moverse de sitio, manteniendo «esas raíces de nuestros valores, fortalecer el tronco de nuestros principios», según expresó el líder popular en su discurso de clausura de la Convención nacional. Sólo añadiría más confusión a la de por sí desconcertante situación política actual si el PP no fuera fiel a los principios que le han permitido gobernar España con innegable éxito. De ahí que el decálogo que Casado presentó ayer esté basado en los principios que han hecho de los populares un partido de gobierno: fortalecimiento institucional, lucha contra el nacionalismo disgregador e insolidario, racionalización de la Administración y cohesión territorial; libertad económica y rebaja de impuestos; libertad educativa sin intervención del poder político en las materias, apoyo a la familia y a la conciliación laboral; y seguridad frente a una inmigración sin control. La situación política tras la moción de censura de Pedro Sánchez ha sufrido un grave deterioro: el Gobierno depende de los partidos independentistas, que quieren utilizar los Presupuestos Generales como una moneda de cambio para iniciar una negociación política, y de Podemos en plena descomposición. Este es el Ejecutivo que en breve tendrá que soportar el envite de los secesionistas catalanes cuando empiece el juicio contra los encausados por el 1-O. El PSOE se ha radicalizado hasta posiciones que traicionan su tradicional lealtad constitucional, lo que hace más necesario un PP fuerte que concentre todo el voto de centroderecha para «liberar a España de la amenaza nacionalista y de la rendición socialista», en palabras de Casado. Si algo ha dejado claro esta Convención es que el PP rehuye del fundamentalismo ideológico, que su mejor referencia está, por un lado, en los resultados de quince años de gobierno en dos periodos (1996-2004 y 2011-2018), su gestión en comunidades autónomas y ayuntamientos y en su papel estabilizador en las instituciones del Estado; y, por otro lado, en la tradición humanista y liberal del centroderecha europeo. España no es ajena a la corriente nacionalpopulista que se ha abierto paso en Europa, pero el PP ha optado acertadamente por no modificar su perfil moderado, lo que le asegura llegar a amplios sectores de la sociedad y aspirar a ser un partido de diez millones de electores. Casado lo expresó con total claridad: «Quiero un partido abierto de par en par a la sociedad». Es decir, abierto a aquellos que le votan y a los que no. Es cierto que desde Cs y ahora Vox hay una intención de desnaturalizar su herencia, por lo que los populares no tendrán más opción que reforzar sus señas de identidad o, dicho en palabras del líder popular, «la gente quería que volviera el PP y ahora queremos que la gente vuelva al PP cuantos antes».
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