Chipre

Chipre, errores en cadena

La Razón
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La resolución de la crisis chipriota debería llevar a los socios de la Unión Europea a una profunda reflexión sobre la idoneidad de sus mecanismos de gobierno. En la zozobra vivida por la situación de una economía menor, cuyo PIB es similar al de Extremadura, tiene buena parte de responsabilidad la descoordinación del Eurogrupo que, primero, anunció unas medidas que suponían nada menos que la vulneración de las garantías bancarias en la UE y, luego, se negó a aceptar la paternidad de la propuesta. Con todo, el peor error no ha sido que se haya transmitido a la opinión pública la sensación de que se buscaba un castigo ejemplar para un país «díscolo» en materia financiera, sino que la solución de la crisis se haya rematado con unas declaraciones del flamante presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem, que ponen en el punto de mira de la especulación a los sistemas bancarios de Luxemburgo, Malta y Eslovenia, con problemas graves de endeudamiento. El resultado de su propuesta, que alteraría, sin consenso, la política monetaria seguida hasta ahora por la UE en materia de rescates, provocó una caída generalizada de las bolsas europeas –Madrid perdió más de un 2 por ciento–, la devaluación del euro frente al dólar y la subida de las primas de riesgo de los países periféricos. Todo un ejemplo de las consecuencias que trae hablar desde una posición ideológica previa, cuando se ocupa un cargo de responsabilidad en el que deberían primar el acuerdo de todos y el sentido de la prudencia. Y, además, se trata de un problema que no ha surgido sorpresivamente, puesto que Chipre había solicitado el rescate hace casi un año, y con un país que fue admitido en la zona euro sin que se le cuestionasen sus fundamentos económicos y sus heterodoxas prácticas bancarias. De cualquier forma, Europa ha salvado otra crisis, aunque no sea de la manera más brillante, y gana tiempo. Un tiempo que sería precioso si se supiera aprovechar para llevar a cabo la única reforma que puede garantizar de una vez por todas la solidez de la moneda única y el crecimiento económico y social: la unión bancaria, con un supervisor común y con un fondo de garantía de depósitos también común. Ya advirtió el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cuando se abordaba la posibilidad de un rescate español que hubiera sido nefasto para nuestra economía, de que sin la profunda reforma del sistema financiero común no se alcanzaría la estabilidad del euro. El Consejo Europeo lo incluyó en su agenda en junio de 2012, pero duerme el sueño de los justos. Mientras sigan primando los intereses nacionales de los socios más poderosos de la UE seguiremos abocados a la inestabilidad. Y no todos los potenciales peligros tienen el pequeño tamaño de Chipre.