Londres
El enemigo, en casa
La reiteración de ataques terroristas cometidos por jóvenes de tradición musulmana, nacidos en Occidente y supuestamente integrados en la sociedad de acogida, obliga a una reflexión sobre la necesidad de inutilizar los mecanismos de persuasión y adoctrinamiento empleados por los grupos islamistas. No se trata de alentar una «caza de brujas» absurda y xenófoba, puesto que la inmensa mayoría de los inmigrantes, y sus descendientes, que proceden de países de religión islámica, mantienen conductas ciudadanas impecables, pero sí de reconocer que algo falla en nuestra manera de abordar el problema. Hechos terribles como los atentados de Londres, Marsella y, en cierto modo, Madrid, tienen en común la relación bipolar de sus autores con el medio social en el que viven, el rechazo sobrevenido a los usos y costumbres occidentales, cuyos valores se perciben de pronto como repudiables, y el convencimiento de que el islam en su conjunto es víctima de una gran conspiración internacional que busca su aniquilación. Más allá de estas circunstancias, no existe un perfil único. En fechas recientes y en los propios Estados Unidos, se han dado casos como el del soldado Naser Jason Abdo, nacido de un matrimonio mixto entre una cristiana y un musulmán de origen jordano, luego divorciados, que intentó volar un restaurante texano que frecuentaban sus compañeros. Condenado a cadena perpetua en 2011, parece que su cambio de «bando» se produjo tras la expulsión de su padre del país, después de que cumpliera condena por abuso de menores. Sin embargo, se desconoce el proceso mental del militar Nidal Malik Hasan, técnico sanitario destinado en Ford Hood (Texas), hijo de padres palestinos, nacido y criado en EEUU, que asesinó a 13 compañeros en 2009, y que gozaba de condiciones de vida materiales por encima de la media de los norteamericanos. Pero si los pérfiles sociales difieren, como sucede igualmente en los casos registrados en Europa –desde pequeños delincuentes juveniles a brillantes universitarios acomodados– , no ocurre lo mismo con la manera en que se produce su «reconversión». En prácticamente todos los casos, la iniciación tiene lugar con la exposición a las múltiples páginas islamistas alojadas en internet, maquinarias de propaganda yihadista que combinan sin pudor el relato victimista con la exaltación del terrorismo más brutal; y, en una segunda fase, el contacto con predicadores adscritos a las corrientes más extremistas del islam. Es la vigilancia y control de esos ámbitos donde los gobiernos occidentales deberían dedicar sus mayores esfuerzos. Incluso con la adopción de una legislación internacional que no permita la existencia de «países sombra» que fomenten desde sus servidores la exaltación e incitación al terrorismo.
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