PSOE

El riesgo de un PSOE escindido

La Razón
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El día 1 de octubre de 2016 permanecerá por mucho tiempo grabado en la memoria del PSOE. En la reunión del Comité Federal que tuvo lugar aquel día, el entonces secretario general Pedro Sánchez se vio obligado a dimitir tras perder la votación que mostró la falta de apoyos para continuar al frente del partido. Ese hecho fue lo de menos. Lo grave, lo traumático, lo que los viejos dirigentes del partido nunca hubiesen imaginado, fue el enfrentamiento más allá de las palabras que evidenció un fractura dentro del socialismo español. Hablamos de un partido que desde el congreso de Suresnes en 1974 se había mantenido monolítico, con felipistas y guerristas, con personalidades con peso político que marcaban perfil propio o con barones que defendían su territorio por encima de la disciplina estricta. Un partido que siempre mantuvo su capacidad de movilización y disciplina. Eso saltó por los aires. La situación en la que se encuentra ahora mismo el PSOE es de extrema debilidad, con una estrategia indefinida y sin líder. Su caída electoral es la mayor prueba de esta crisis. El proceso de primarias que está viviendo no está resultando la experiencia de profundización democrática, de debate sobre cómo revitalizar el proyecto socialdemócrata y de búsqueda de un nuevo secretario general que sintetice posiciones y una al partido. Muy al contrario, está profundizando la división y algunas posiciones parecen cada vez más distanciadas. Si la salida traumática de Sánchez de la Secretaría General ya anunciaba que sería difícil curar las heridas, la irrupción de su candidatura de nuevo ha alterado todos los planes de reconstrucción del partido. El apoyo que está recibiendo de la militancia, las expectativas de volver a liderar el PSOE y, por contra, el no poder unirlo en torno a él, abren la posibilidad de que pueda emprender su propio proyecto al margen de la organización socialista. La experiencia más cercana de escisión dentro del socialismo europeo es la que lideró Jean-Luc Mélenchon. En 2008 dirigió una escisión dentro del Partido Socialista Francés y creó el Partido de la Izquierda. En las presidenciales de 2012 quedó el cuarto con un 11,1% de los votos, un resultado nada desdeñable que le permitió abrirse un hueco en el mapa político galo, pero, a la vez, restó posibilidades a los socialistas, cada vez más divididos. El modelo de Mélenchon comporta muchos riesgos: por una parte, que puede suponer un golpe del que el PSOE no pueda recuperarse; por otra, que esa hipotética formación acabe convirtiéndose en un instrumento al servicio de Podemos. Juega a favor de Sánchez que no tiene ninguna responsabilidad política directa y puede seguir manteniendo el lema que, a la larga, supuso su caída en el partido, el «no es no». De aquí al mes de mayo, fecha de la celebración de las primarias, los socialistas van a vivir momentos muy turbulentos, como anticipa la reclamación nada inocente a la gestora socialista por parte del equipo de Sánchez de «máxima limpieza y democracia». El control que el partido quiere ejercer sobre las cuentas de los tres candidatos, y de manera especial de las de Sánchez, y que éstas cumplan el sistema de donaciones regulado por la ley de partido, indica que las primarias pueden incidir en la mala salud de partido. El verdadero problema del PSOE es no poder convertirse en una alternativa real al PP. Su descenso electoral es alarmante y la construcción de un proyecto convincente y que vuelva a ilusionar no será fácil. Optar por unas primarias para elegir el líder no está resultando ser la mejor.