Gobierno de España
España no se merece este bochorno
Tampoco en la segunda votación de investidura, que se celebra hoy, tiene Pedro Sánchez asegurado los apoyos suficientes, si nos guiamos por la última oferta ofrecida a Pablo Iglesias, es decir, nada. Es un hecho insólito someterse al escrutinio de los diputados sin un acuerdo que se haya hecho público, propio del ciclo político inaugurado por el líder socialista. Que concurra ante la cámara sin haber conseguido cerrar un acuerdo fiable con su socio principal, Pablo Iglesias, devalúa su presidencia y sólo favorece a la inestabilidad. La incertidumbre y el tiempo seguirán actuando como un arma de presión contra todos los partidos, falseando la realidad de los hechos: Sánchez no tiene mayoría suficiente y la que puede conseguir no la quiere. Ya se sabe que el candidato socialista vino a decir en la primera sesión que todos estaban obligados, invocando un peculiar sentido de Estado –que él no se aplica–, a votarle para desbloquear la situación: Podemos, PP, Cs, PNV, independentistas catalanes y los abertzales proetarras. Esa anormalidad es lo que define su candidatura, porque todo hubiera sido diferente si por lo menos se hubiera esforzado en llevar unas negociaciones serias y claras. Por contra, Sánchez ha demostrado que ha actuado con soberbia, obcecado con un objetivo que no podía cumplirse según sus deseos –que le apoyen a cambio de nada– y mucha irresponsabilidad porque el gran causante de esta parálisis institucional es él, en primer lugar, y el que está llamado a ser su socio de Gobierno, Unidas Podemos, en segundo lugar. La manera como se ha desarrollado las negociaciones indica el problema que tendría un futuro Gobierno entre PSOE y UP. Ese es el mal del que Sánchez quiere huir, pero que su torpeza política le ha impedido ver, incluso hasta quedar atrapado dentro de su propia trampa: evitar que Podemos entrase en el Gobierno para acabar necesitando sus votos para el único objetivo que parece innegable, que Sánchez continúe en La Moncloa. Lo realmente arriesgado de esta operación es que sus efectos negativos podrán comprobarse en breve. Ni los dirigentes socialistas han hecho una defensa argumentada de un gobierno de coalición con Podemos, ni hay una corriente social muy activa a su favor, más allá de los canales habituales de partido morado. Según un sondeo de NC Report que publicamos hoy, un 66,1% por ciento de los consultados está en contra de una coalición PSOE-UP, pero lo que es más significativo es que el 61,9% de los votantes socialistas tampoco lo estaría. El 62,2% de este mismo sector electoral es contrario a que UP deba ocupar carteras ministeriales y un 66,7% es contrario a que Podemos tenga una vicepresidencia. El PSOE ha llevado hasta el final la estrategia de que estaba dispuesto a forzar las elecciones si Podemos insistía en tener cuotas de poder inaceptables que ponían en riesgo la de un Gobierno fuerte bajo la disciplina de Sánchez y abría las puertas a un Ejecutivo paralelo con Iglesias fuera pero ejerciendo a la vez fiscalizador y agitador. Lo único cierto es que el PSOE preferiría un Gobierno monocolor con el apoyo externo de Podemos, pero no ha sido capaz de construirlo. Volver a las urnas de nuevo el 10 de noviembre era una opción factible para los socialistas, pero el desgaste sufrido por su absoluta incapacidad política para hacer un Gobierno de coalición con su socio principal –convertido al final en el adversario, si es que alguna vez dejó de serlo–, lo ha transformado en un escenario lleno de minas. Por contra, Iglesias ha conseguido el dominio propagandístico, recuperar la iniciativa y reivindicarse como el único que puede competir en el liderazgo de la izquierda, muy a pesar de Errejón. Cualquier salida no es lo mejor para la estabilidad política de España, sea volver a las urnas o a un Gobierno de dos partes que se detestan.
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