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La Unión Europea debe cerrar las brechas abiertas en su seguridad
La peripecia criminal de Abdelhamid Abaaoud, de 28 años, muerto el pasado miércoles durante el asalto policial a su escondite parisino en Saint Denis, ha puesto trágicamente de relieve graves insuficiencias en la coordinación entre las distintas policías europeas, especialmente en lo que se refiere al control de las fronteras exteriores, que es, sin embargo, una de las condiciones fundamentales establecidas en el Tratado de Schengen. En efecto, el terrorista belga, aunque marroquí de origen, pudo desplazarse a lo largo de dos años por Europa sin ser interceptado, pese a que había realizado, que sepamos, dos viajes fuera de la zona Schengen. Por si no bastara, Abaaoud, que pertenecía a una familia acomodada del barrio bruselense de Molenbeek sin vinculaciones con el islamismo radical, se había hecho un personaje conocido en las redes sociales desde que, en marzo de 2014, se dejó filmar cerca de la ciudad siria de Raqqa arrastrando con su furgoneta los cadáveres de varios soldados de Al Asad asesinados. Tras esta aparición «estelar», Abaaoud se prodigó en los canales de YoTube islamistas haciendo propaganda del Estado Islámico y amenazando con llevar la yihad hasta el corazón de Europa. Prontamente identificado por las autoridades belgas, su nombre figuraba en los ficheros de Europol y era objeto de una orden de detención comunitaria desde julio de 2015, cuando fue condenado en rebeldía por la Justicia belga a 20 años de prisión por captación de yihadistas. No era, pues, un terrorista que mantuviera un perfil bajo o que tratase de ocultar su identidad. Y, aun así, no fue detectado ni en su entrada por Grecia, procedente de Turquía, ni en las etapas que le llevaron a París, previo paso por Holanda y Bélgica. La primera noticia que tuvieron las Fuerzas de Seguridad francesa del retorno de Abaaoud, a quien ya se consideraba el «cerebro» de los atentados islamistas cometidos en su territorio, fue tras la matanza parisina del pasado viernes. Sin duda, de los errores se pueden extraer lecciones provechosas, pero a condición de asumirlos. Con honrosas excepciones, como es el caso de España, cuyas Fuerzas de Seguridad llevan a cabo una permanente investigación de las redes islamistas, de los individuos sospechosos de radicalización, de sus métodos y lugares de captación –ya sea en las cárceles, en los centros de ocio o en el millar de mezquitas y oratorios repartidos por nuestro territorio–, y que, por último, pero no menos importante, mantienen estrechas relaciones con las autoridades de Marruecos y Argelia –labor a la que el actual ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ha dado un gran impulso–, la mayor parte de los países europeos no han prestado a la amenaza yihadista la atención que merece. Ni siquiera, por citar un ejemplo revelador, se ha conseguido que la Unión Europea apruebe los ficheros «PNR» para el control de pasajeros que ya aplican España, Italia y Reino Unido. Es imprescindible un gran acuerdo de seguridad comunitario que incluya la unificación de los ficheros policiales y su consulta automática, el refuerzo de las fronteras exteriores de la zona Schengen e intensificar el control de los flujos financieros que sostienen a los yihadistas. Sabemos que es una lucha difícil y que llegar al riesgo cero será materialmente imposible, pero la constancia en la prevención, más necesaria en aquellos países que albergan comunidades musulmanes numerosas, acabará por dar réditos.
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