Crisis migratoria en Europa
Otro parche que retrata al Gobierno
La enésima crisis migratoria en el Mediterráneo con el conocido buque «Aquarius» y sus 141 personas a bordo en busca de un futuro mejor como protagonistas se solventó ayer con un acuerdo entre seis países comunitarios por el que Malta permitirá atracar a la embarcación en uno de sus puertos para que los refugiados sean repartidos posteriormente entre España, Francia, Alemania, Portugal y Luxemburgo. Los gobiernos más directamente afectados por el problema tardaron minutos en atribuirse el mérito de lo que denominaron éxito de la nueva estrategia europea para gestionar con eficacia y sensatez los flujos de la desesperación que nos llegan de tantos estados fallidos. En el ego irreconducible de los políticos encajan esos golpes de pecho de Pedro Sánchez, que, por lo visto, lo coordinó todo desde Moncloa, Macron, que se refirió a la operación como una «iniciativa franco-maltesa» y, por supuesto, Bruselas que presumió de haber hecho posible las conversaciones entre los gobiernos para que la controversia llegara a buen puerto.
El presidente del Gobierno se remontó incluso a la anterior odisea del «Aquarius» en junio cuando desembarcaron 629 inmigrantes en Valencia como una suerte de espoleta que puso en marcha esa nueva voluntad europea que, según él, rindió sus primeros frutos con este compromiso a seis. La versión de Pedro Sánchez sirve a su discurso propagandístico, pero por muy elevado que sea el tono jactancioso de sus palabras no puede corregir ni disimular lo ligero y fallido de su posición ante un fenómeno tan desbordante y complejo. El Ejecutivo socialista nos sumió en una dinámica absurda por cortoplacista y altanera hace meses para conseguir foco mediático y se ha visto sobrepasado hasta el punto de caer en una contradicción tras otra a medida que la presión de los sin papeles se acentuaba sobre nuestro territorio. Hasta tal punto llegó ese no saber que hacer que Moncloa decretó una especie de silencio político interrumpido solo ayer tras la solución a la maltesa tan precaria y sin recorrido como las anteriores.
Esa desorientación quedó retratada ayer en las palabras del ministro Ábalos o del portavoz del PSOE, Óscar Puente, quienes, a la misma hora que supuestamente el presidente lideraba el compromiso europeo que puso fin a la crisis, se remitían de nuevo a la posición de Moncloa del día anterior sobre que España se quitaba de en medio porque ahora no era el puerto más cercano y más seguro para el «Aquarius». En realidad, estamos ante un parche más que, a diferencia de la fatuidad mostrada en los discursos políticos, simboliza la provisionalidad y la incapacidad de los gobiernos europeos para desarrollar una estrategia consistente y estructural que reparta responsabilidades y responda globalmente y con garantías a un desafío permanente. Hay que insistir una y mil veces en que sin el convencimiento real de todos los socios comunitarios, de todos, de que la inmigración irregular no es coyuntural, y de que la implicación tiene que ser colectiva, el cortoplacismo se impondrá y los riesgos inherentes al tsunami demográfico, social y de seguridad –y por ende de libertad–, que supone este fenómeno descontrolado se agravarán.
Y que estamos lejos de conseguir esa conciencia europea común quedó claro hasta en la distribución del pasaje del «Aquarius» con España (60) y Portugal (30) haciéndose cargo de casi siete de cada diez de los inmigrantes con Francia y Alemania en un papel testimonial. En todo caso, una nueva lección que el Gobierno no parece dispuesto a aprender a tenor de las palabras del presidente que se atiene a un estribillo de acordes desafinados. El próximo Aquarius –que lo habrá–, y si no, las decenas de pateras diarias, son la cruda realidad de un asunto en el que la demagogia y los eslóganes funcionan hasta que el drama ininterrumpido achica los márgenes del buenismo doméstico.
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