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La investidura de Sánchez
Sin salida: o investidura o elecciones
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La investidura empieza a andar y, de paso, la posibilidad de un adelanto electoral cobra cada vez más entidad. La presidenta de las Cortes, Meritxel Batet, comunicó ayer que el próximo 22 de julio se celebrará la primera sesión y el 23 la votación, en la que el candidato, Pedro Sánchez, debería obtener al mayoría absoluta (176 de los 350 diputados). De no salir, se intentaría 48 horas después por mayoría simple. A través de una conversación telefónica, el presidente en funciones le debería haber informado a la presidenta de la Cámara de que cuenta con los apoyos necesarios o que, a lo sumo, en estos veinte días que quedan contaría con ellos. Todo indica que no ha sido así, lo que desvirtúa el protocolo seguido y la utilización del anuncio de la investidura como un arma política en manos del candidato para apremiar a los grupos con los que cuenta para que clarifiquen de una vez si están dispuestos a apoyarle.
Como decíamos, Sánchez no sólo ha puesto fecha al proceso de su reelección, sino también a las nuevas elecciones en caso de que no salga adelante su candidatura, el 10 de noviembre, lo que es más que probable, incluso deseable para determinados sectores del PSOE más próximos a su líder. Sería la mejor manera para debilitar más a Unidas Podemos y Cs. Su prolongada, aunque justificada, estancia fuera de España dedicado a asuntos de política exterior da pistas de que su doble decisión está tomada: o investidura o elecciones. Es decir, él ya ha hablado, ahora que hablen los otros. Está en su derecho de controlar los tiempos de la mejor manera que considere, pero no al punto de sobrepasar sus atribuciones institucionales. En concreto, la ronda de consultas que el Rey mantuvo el pasado 5 y 6 de junio con quince líderes políticos y que concluyó con el encuentro con Sánchez y la propuesta de que éste formase Gobierno tenía menos base de lo que anunciaba la «mayoría de izquierdas». Podría haber evitado que el jefe de Estado compartiese un deseo político que, además, necesitaba del apoyo de los independentistas catalanes y de EH Bildu.
Desde aquella ronda y los sucesivos encuentros con los líderes de PP, Cs y Unidas Podemos no se ha avanzado en nada y sólo ha servido para confirmar que Sánchez ha construido su poder sobre el falso supuesto de creer y hacer creer que disponía de una «mayoría de izquierdas». Las exigencias de Pablo Iglesias para sentarse en el Consejo de Ministros tiene lógica siendo su socio «preferente», pero resulta indeseable para Sánchez tener a alguien con una exposición mediática insaciable y, lo que es peor todavía, que defiende el derecho de autodeterminación en el tema de Cataluña. Su posición ante la sentencia del Tribunal Supremo del juicio por el 1-O es poner al futuro Gobierno de Sánchez fecha de caducidad. Esa es la contradicción de su «mayoría de izquierdas».
Albert Rivera podría abstenerse y, sin duda, hubiese sido lo más sensato para evitar un Gobierno en manos de Podemos e independentistas, pero parece que Cs desea el peor de los escenarios en la confianza de que esa estrategia le favorezca. La crisis por la que atraviesa la formación naranja toma cuerpo precisamente en el hecho de no aceptar que Rivera no va a ser presidente del Gobierno y puede que esa posibilidad esté cada vez más lejos. En esto, Pablo Casado ha sabido conservar su posición original y la que más la define como referencia del centroderecha. No es quién para facilitar un gobierno de Sánchez, sino para hacer oposición.
Resulta cínico oír ahora a dirigentes del PSOE decir que no se puede someter a los ciudadanos a un estado electoral permanente, cuando fue decisión del propio Sánchez unir las generales con las europeas, autonómicas y municipales hasta desvirtuar el sentido del voto de los ciudadanos y utilizarlo en un mercadeo degradante para la política. Aunque, de repetirse los comicios, hay datos suficientes para afirmar que nada cambiará.
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