Pactos

Un pacto para el 26-J: facilitar el Gobierno al partido más votado

La Razón
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Del fracasado proceso de investidura a la presidencia del Gobierno debemos extraer algunas lecciones para no repetir los mismos errores, algunos voluntarios y otros producto de la falta de experiencia en forjar pactos. El primero es el que ha sido el causante de que dicho trámite se haya prolongado hasta consumir el tiempo prescrito por la Constitución en su artículo 99: la fuerza política que dijo estar capacitada para formar Gobierno, en este caso el PSOE, en realidad no tenía votos suficientes. La segunda lección es que no conseguir formar Gobierno después de que los ciudadanos hayan votado es un fracaso que no puede repetirse. Es cierto que cualquier mayoría no asegura un Gobierno creíble, pero sí es exigible a los grandes partidos actuar con sentido de Estado y buscar fórmulas de acuerdo viables. Es un principio que debe aplicarse si no queremos instalarnos en la inestabilidad permanente. Llegados al punto de que deban repetirse las elecciones porque no puede formarse un Ejecutivo, deberían establecerse unos principios mínimos que eviten de nuevo repetir los mismos errores. En el propio PSOE se abre paso la opinión de que la fuerza más votada es la que debe gobernar; otra cosa será con qué fórmula pero, en todo caso, con la garantía de disponer de la presidencia. Éste es también el criterio de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, que tras el resultado de las elecciones del pasado 20 de diciembre se mostró partidaria de que Mariano Rajoy encabezase el Gobierno. Este planteamiento tiene algún punto débil: ¿realmente Pedro Sánchez estaría dispuesto a cumplirlo? Tal y como han ido los pasos dados para su frustrada investidura, para la que ha negociado a la vez con Ciudadanos, Podemos y los independentistas, el líder socialista no asegura que se cumpla la abstención de su grupo parlamentario –que sería la otra condición exigible– para salir elegido el candidato popular, en el caso de que el PP vuelva a ganar los comicios. Se abre, por lo tanto, un conflicto interno dentro del propio PSOE. Sánchez ha consumido sus bazas para apuntalarse en la secretaría general del partido, que no era otra que la de conseguir la presidencia del Gobierno, pactase con quien pactase. Sin embargo, la pérdida de la centralidad política ante los cantos de sirena de la izquierda populista ha vuelto a poner encima de la mesa la idea de que Sánchez debería dejar el cargo. En definitiva, la posición socialista en todo este proceso de investidura ha removido en profundidad su estrategia y requiere recomponerla, si no quiere ver peligrar su posición hegemónica dentro de la izquierda, algo que empieza a verse como virtualmente posible. De entrada, el punto más conflictivo no ha sido tanto el llegar a acuerdos con Podemos –algo que está haciendo en el ámbito municipal y autonómico–, como negarse a dialogar con el PP, cerrando cualquier puerta a futuros acuerdos, incluso a aquellos que requieren su voto para una posible reforma constitucional. Es urgente que el PSOE modifique la resolución del comité federal del pasado 28 de diciembre, en la que acordó que nunca apoyaría, ni se abstendría, para facilitar el gobierno a los populares. En la situación de inestabilidad política que vivimos es necesario un pacto que asegure el gobierno a la fuerza más votada. Hay que desbloquear la situación con fórmulas que garanticen un gobierno estable. La ciudadanía lo exige.