Cataluña
Un tecnócrata de la secesión
Nadie hubiese dicho hace tan sólo dos años que Artur Mas estaba llamado a ser el líder que condujese a Cataluña hacia la independencia a través de un proceso secesionista que supone romper con la legalidad constitucional. Y mucho menos cuando llegó por primera vez al Gobierno de la Generalitat, en 1995, de la mano de Jordi Pujol, para confiarle el muy estratégico departamento de Política Territorial y Obras Públicas. Militante tardío de la causa nacionalista, sólo se afilió a Convergència cuando vislumbró algún futuro político en la Administración pujolista, en la que entró en 1982, y después de ganarse la confianza de los hombres claves del aparato convergente y de la Generalitat: los Prenafeta, Alavedra, Cullell y, por supuesto, Pujol, que, pasados los años, lo acaba nombrando «conseller en cap», lo que supuso su ascenso al delfinato. Es lo que se suele definir como un político pragmático, sin ideología, desapasionado, por lo que la sorpresa y la inquietud ha sido aún mayor al dejarse arrastrar por la calle y convertirse, como así dijo, en un mero instrumento de la «voluntad del pueblo». En su lenguaje se empezaron a oír expresiones de quien cree que posee una misión redentora. Para ofrecer a los catalanes la ruptura con España como objetivo inmediato y liberador de todos los males y carencias no hizo falta hacer valer los viejos agravios de la historia, pues sus lecturas suelen ser más instrumentales, sino utilizar el fracaso político que supuso para Mas no alcanzar el pacto fiscal, aspiración realizable si se es un buen político y no un mesías, y añadiéndole el insidioso lamento de «España nos roba». Como buen tecnócrata, todo es cuestión de presupuestos, pero el dinero se agotó. El Artur Mas que en 2006 –estando en la oposición frente al tripartito– dijo haber alcanzado un «pacto de Estado» con Rodríguez Zapatero («es bueno para Cataluña y puede ser bueno para España») es el mismo que ahora habla de «hostilidad» del Gobierno de Mariano Rajoy. Eso sí: después de que se saltase la Ley y convocase un referéndum propugnando la secesión. Pero, como buen tecnócrata, insistimos, su carrera política tiene un momento de inflexión: la recesión económica, de la que culpa, claro está, a los gobiernos españoles, responsables del «expolio fiscal» que sufre Cataluña. Desde entonces, Mas ha dejado de hacer política y está centrado exclusivamente en una construcción ideológica o, como los populismos que avanzan en una Europa al calor de la recesión, en conseguir votos a costa de deslegitimar el Estado democrático, sobra decir que español. Pero el resultado está ahí: CiU puede perder más de 20 puntos desde que Mas cogió las riendas de la secesión. El balance político es catastrófico: conducir a Cataluña a un callejón sin salida y dejar una sociedad dividida.
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