Sin Perdón

La era de la Pax Sanchista

«No hay nada más cómodo que los manifestantes sean sus socios en el gobierno y que los sindicatos sean fieles colaboradores»

Sánchez superó la moción de censura con un rictus muy desagradable en su rostro. Los miembros del cuerpo de asesores monclovitas, que revolotean a su alrededor ansiosos de un ascenso, le deberían aconsejar que lo cambie, porque trasluce un enorme enfado. El Parlamento puede ser aburrido, incómodo o inútil, pero el presidente del Gobierno debería dar la imagen de que está muy contento de acudir a la Cámara que representa la soberanía nacional, que es una de esas frases chorras que utilizan los políticos en tono ampuloso. La realidad es que el Poder Legislativo es una marioneta al servicio del Poder Ejecutivo y los partidos de la mayoría. Los presidentes del gobierno y los ministros acaban generando un cierto desagrado a las sesiones de control, porque tienen la sensación de que pierden el tiempo. El rédito mediático es muy escaso y, con suerte, pillan algún titular en medios provinciales y locales. Los choques entre Sánchez y Feijóo en el Senado pueden tener algún interés, así como alguna intervención aislada. Hay una tendencia irrefrenable a la autocomplacencia y el culto a la personalidad.

Es el momento en que se pierde el nombre y el apellido para convertirse en un presidente, ministro…, aunque no es privativo de la política sino que también sucede en el mundo de la empresa y en otras actividades. La vanidad humana no tiene límite. Una de las cosas que me divierte mucho es llegar a una mesa redonda o conferencia y ver los carteles con los nombres de los conferenciantes precedidos del excelentísimo o ilustrísimo señor mientras que a mí me ponen solo don. Nunca he pedido que lo corrigieran, porque esas cuestiones me parecen irrelevantes, aunque tengo un amigo que siempre ha creído, equivocadamente, que me interesan. La gente que tiene que decir o recordar su cargo es que es poco importante o insegura. Me viene a la memoria uno de esos trepas y pelotas que pululan en los grandes grupos empresariales que me dijo muy ampuloso que no olvidara que era el consejero delegado. Ahora utilizan esa cursilería de CEO. No he conocido a ningún dueño de empresa que tuviera que decir que mandaba a diferencia de lo que sucede con esos ejecutivos pretenciosos que tienen que correr presurosos a Boston, Nueva York o Londres, por citar algunas ciudades, para humillarse ante los poderosos directivos de los fondos de inversión y hacer méritos para cobrar el bonus.

La política es la gran feria de las vanidades y, además, mal pagada. Por ello, tienen la compensación de perder el nombre y los apellidos para ser bautizados con el cargo. Esta recompensa se completa con el coche y el despacho oficial y, con algo de suerte, los escoltas. Unos pocos consiguen las pensiones vitalicias, acompañadas de un aparato a su servicio. Pedro Sánchez ha entrado en ese escaso grupo de privilegiados, aunque, como es lógico, quiere seguir mucho tiempo en La Moncloa. Estos días, tras la inútil moción de censura, he leído tonterías realmente notables. El problema de la política es que hay barra libre para que cualquier político o periodista muestre su ignorancia o sectarismo sin llamar la atención. Me ha resultado divertido leer las críticas de Ángel Viñas, que es un historiador, más bien diría un voluntarioso hagiógrafo de la izquierda, cuya única aportación reseñable se circunscribe a la tesis de que la derecha es mala. Su interpretación de la Segunda República, la Guerra Civil y el Franquismo, aclaro que fue una dictadura, resulta intrascendente, sectaria y poco rigurosa. Me pasa lo mismo cuando leo a Ian Gibson y otros sobrevalorados historiadores o hispanistas que escriben, como Viñas, a partir de una tesis previamente determinada. Es una lástima que ese periodo de nuestra Historia siga siendo solo política y que los historiadores de la izquierda sean incapaces de desarrollar una labor científica. Es lo que hemos visto con las interpretaciones de periodistas, catedráticos o historiadores a lo largo de esta semana que finaliza.

Ahora ya sabemos que las primarias forman parte del ADN de la izquierda transformadora. Me parto de la risa. En España, se han convertido en meros instrumentos al servicio del populismo y el caudillismo. No hay más que ver la desaparición de cualquier voz discrepante en el PSOE o el intento de Pablo Iglesias de conseguir el control de Sumar para manejar a Yolanda Díaz. Ahora resulta que el lío monumental que hay organizado en la izquierda radical es solo un proceso de reconfiguración para definir el espacio. Afortunadamente para Yolanda, ya no se estilan las prácticas de César Borgia. Lo mejor de todo es el nuevo concepto que se ha inventado Sánchez: la paz social. Ahora se ha convertido en el hilo conductor de su discurso, porque estamos ante un nuevo Augusto que trae su particular Pax Romana a la política española. Esta Pax Augusta ahora es la Pax Sanchista, porque la llegada de los nuevos bárbaros, Feijóo y Abascal, augura conflictos sociales, bajadas de las pensiones, manifestaciones y huelgas… una especie de moderno Averno que acabará con la utopía diseñada por un líder providencial y carismático que es seguido con fervor reverencial por los dirigentes europeos encabezados por Ursula von der Leyen.

Desde luego, no hay nada más cómodo que los manifestantes sean sus socios en el gobierno y que los sindicatos sean fieles colaboradores. UGT es la correa de transmisión de Sánchez y Comisiones Obreras de Yolanda Díaz. Lo que ha sido habitual desde la Transición. Por tanto, la Pax Sanchista se consigue teniendo en nómina a todos los que pueden organizar huelgas y manifestaciones. A lo que hay que añadir las subidas de los pensiones y los sueldos de los funcionarios. En definitiva, una paz social basada en el endeudamiento y el clientelismo.

Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)