Editorial

No estamos en buenas manos para esta crisis

Que Sánchez, el presidente de las cien subidas impositivas y avalista de las barreras en Europa, predique ahora el libre mercado resulta sarcástico

Según Donald Trump, el cataclismo bursátil en las primeras jornadas del «arancelazo» ha sido una reacción descontada. También la inquietud con que la sociedad estadounidense ha recibido el ataque contra el comercio mundial. Finalmente, aventura, los beneficios, entendemos que para los norteamericanos, superarán con mucho los costes de poner patas arriba la vida de todos. Hablamos, claro, de un pronóstico con una base científica que nadie expone porque no hay nada parecido a una experiencia en la que dinamitar las transacciones en el planeta con las más altas barreras y gravosas tarifas se transforme en un éxito para nadie. Por el momento, dato mata a relato y el dato a día de hoy es que Wall Street ha perdido 6,4 billones en dos jornadas como epicentro de un terremoto que sacudió todos los parqués mundiales. Así que la factura crece como cabía esperar y los inversores con sus movimientos anticipan lo que la evidencia empírica y la doctrina económica han descontado que nos aguarda y que pasa como mínimo por un deterioro acelerado de la economía con un efecto contagio insalvable hasta desencadenar, bien pudiera ser, una recesión a escala global. El proteccionismo no dispone de caras ocultas ni futuros relativos y controvertibles; es negativo per se y terriblemente destructivo si se despliega como estrategia estructural en un entorno no excepcional. Habrá que ver cómo arranca la semana bursátil para determinar si la templanza europea en la respuesta recíproca a Washington que se prevé o los contactos en la trastienda de las cancillerías amainan algo la tormenta a la espera del diálogo entre las partes o bien las antorchas de la Casa Blanca insisten en avivar el fuego de una crisis sistémica. Pero la verdad es que no hay razones ni señales para creer que mañana será mejor que hoy ni que el bienestar, la prosperidad y el progreso no se encuentren amenazados. España, por supuesto, no es una excepción, sino la norma. La posición oficial del Gobierno sobre que el impacto de los aranceles impuestos por Estados Unidos será «limitado» y que no exigirá revisar las previsiones de crecimiento se atiene al guion triunfalista y sobreactuado propio del metaverso sanchista, aunque es ajeno al día a día de los españoles. No es, desde luego, el sentir de los empresarios, abrasados por las subidas del Salario Mínimo, la reducción de jornada, el precio de la energía... en un marco hostil de sobrerregulación y fiscalidad con los aranceles como guinda. Que Sánchez, el presidente de las cien subidas impositivas y avalista de las barreras en Europa, predique ahora el libre mercado resulta sarcástico. La respuesta a los aranceles no solo pueden ser más aranceles, sino liberalizar la economía, desregular y aflojar la presión fiscal. A Moncloa ni se le pasa por la cabeza porque los ministros se han centrado en agitar la crisis para sacar provecho. No estamos en buenas manos.