Aquí estamos de paso

Lo de Évole

Si hubiera tenido oportunidad, también entrevistaría al asesino. Aunque me repugne. Incluso aunque lo odie

Estamos en la trinchera, metidos en el barro y en primera línea. Así tiraba de metáfora hace unos días el jefe policial a cargo de una de las más comprometidas comisarías españolas, para explicar al periodista la esencia de su trabajo: escuchar, actuar, investigar, detener…En contacto directo y necesario con ese mundo ante el que son frontera y parapeto, con el que tienen que convivir a diario precisamente para realizar esa función.

El Periodismo, que por lo general transcurre en carriles de cierta normalidad, atento al relato cotidiano de lo que sucede, sometido a presiones relativamente soportables en un toma y daca cotidiano, tiene a menudo rasgos de trinchera, barro y frente de guerra. No hablo de la trinchera como lugar en el que uno se parapeta al refugio o la orden de un partido político. Me refiero a la trinchera en la que se combate por la información, ejerciendo ese compromiso con la verdad o lo que por ella entiende quien relata, hasta sus últimas consecuencias; deshonra, desempleo y muerte incluidas.

Coloco aquí la nutrida legión de periodistas de guerra, que informan en medio del fuego cruzado, periodistas de investigación, que se la juegan por desvelar y descubrir secretos arriesgando a menudo la vida, o esos compañeros que se meten hasta en el infierno para recoger los testimonios de quienes han escrito y escriben la Historia. Aunque haya sido o sea sangre y fuego.

Supongo que ningún periodista que se considere tal rechazaría hoy una entrevista con Putin. O nadie me negará, en este oficio, que le hubiera gustado entrevistar al mismísimo Hitler o a Jack el destripador. Se me ocurre una larga lista de miserables o monstruos de ayer o de hoy con los que cualquier colega que se precie se sentaría para un diálogo profesional.

Entrevistar a alguien no significa ni estar de acuerdo con él ni compartir sus ideas. Tampoco blanquear sus acciones o pretender cambiar su trayectoria. Más bien al contrario. El periodista cuenta, puede y debe opinar y hasta juzgar, pero su relato de los hechos es el cimiento de la Historia, y ésta incluye también las palabras y las opiniones de los que participan en ella. Aunque sea, repito, derramando sangre. Si emitimos un juicio moral sobre los diálogos del relator de la actualidad con sus interlocutores, estamos admitiendo la censura.

Estos días se está poniendo a caldo a Jordi Évole por un documental que se presenta en el festival de San Sebastián en el que dialoga con el terrorista Josu Ternera. Se puede jugar con la cruel ironía de que el tal Ternera sea escuchado en un festival que su organización condeno y amenazó; se puede entender y compartir el dolor, la herida reabierta entre sus víctimas por el solo hecho de que alguien haya dado voz al causante de su desgracia; se puede hasta reprochar a Évole que haya escogido ese interlocutor antes que a sus víctimas; pero desde el punto de vista del oficio, de la idea de compromiso y trinchera de un periodismo que debe abrirse a todo lo que aporte a nuestro conocimiento, me parece irreprochable y hasta plausible que lo haya conseguido y lo difunda.

No lo he visto aún, y quizá no me guste, pero si yo hubiera tenido oportunidad también entrevistaría al asesino. Aunque me repugne. Incluso aunque lo odie. Mi compromiso, y entiendo que el de Évole, están por encima de mis ideas y mis emociones.