Editorial
La fiesta de la victoria que huele a derrota
El PSOE ha perdido la calle, entre otras cosas porque hace ya tiempo que extravió sus siglas y su proyecto como partido de estado
Pedro Sánchez se ha organizado una celebración particular para festejar el hito de haber logrado la investidura y prolongado su poder otra legislatura. Se ha asegurado en los cenáculos socialistas que el partido ha movilizado todas sus estructuras para poner en ruta decenas de autobuses con destino a Madrid y llenar a reventar el recinto de Ifema, algo de lo que no cabía lugar a la duda. El sanchismo ha preservado una red clientelar dentro y fuera de las siglas del PSOE que, puesta en marcha, está en disposición de cubrir todas las necesidades y requerimientos del líder. Ha sido un acto privado de reivindicación personal, en un espacio blindado, exclusivamente reservado para los leales entre los leales, en plena y masiva movilización popular contra los acuerdos de la vergüenza del presidente del Gobierno con la Ley de Amnistía, pero no solo, como referente. El poderoso aparato mediático al servicio de La Moncloa se ha encargado de que el altavoz con los mensajes de Sánchez contra la oposición y todo aquel que se atreva a discrepar de sus despropósitos haya alcanzado los decibelios suficientes. Estamos, sin embargo, ante un embeleco más que encuentra su descripción más atinada en el sabio refranero, dime de qué presumes y te diré de qué careces. Obviamente, el régimen y sus medios podrán vender el acto de Ifema como una significativa expresión de fuerza política y social, pero hasta ellos mismos saben, salvo que se autoengañen, que se parece demasiado a un artificio, toda una expresión de debilidad. La verdad, como siempre con el sanchismo, corre en dirección contraria. El socialismo ha hilvanado una mayoría parlamentaria precaria bajo el chantaje de los enemigos de la España constitucional y la reacción de la ciudadanía ha sido tan abrumadora que ha colocado al partido en el poder en una huida hacia delante. El PSOE ha perdido la calle, entre otras cosas porque hace ya tiempo que extravió sus siglas y su proyecto como partido de estado. Ha ligado su destino al de su secretario general. Parece poco probable que la organización sobreviva sin Sánchez, pero sí que Sánchez lo haga sin el partido. Ese legado orgánico que se cuece a fuego lento resulta así de corrosivo. Las formaciones políticas pierden todo su sentido y el encaje democrático si no cumplen con su función y naturaleza como instrumento al servicio de la sociedad y nunca con el sometimiento de la sociedad a sus planes. Ante sus fieles Pedro Sánchez manejó con la superficialidad intelectual habitual el victimismo y la superioridad moral de la izquierda frente a una derecha a la que criminalizó en su ya conocida pretensión de deslegitimar la alternativa. A estas alturas de desvarío moral no ha tenido reparos en ser admirado por Hamás en una deriva antisemita escalofriante, al tiempo que se ha presentado como el garante de la vida y la humanidad en Gaza. Y mientras Sánchez se escondía, Feijóo y Ayuso se dieron un baño de masas en las calles del centro de la capital.
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