Aunque moleste

La fractura alemana

La victoria de la AfD en el Este mete presión a Merz y su futura gran coalición

Treinta y cinco años después, apenas quedan rastros del muro y las alambradas que dividían Alemania, pero pese a los cientos de millones de euros invertidos en la reunificación, el país sigue sin superar el trauma de la fragmentación, como han demostrado los resultados electorales. Mientras que el Oeste vota a Merz y a las opciones más europeístas, en cinco de los seis Länder de la antigua República Democrática Alemana, ha barrido la AfD de Alice Weidel, y en algunos estados, como Turingia, de manera apabullante. Hay quien entiende que esta división perdurable se produce por razones ideológicas. La realidad es que la explicación habría que buscarla más en el ámbito de la economía.

Los líderes de la AfD pueden ser calificados de neonazis, aunque tal vez se trate de una simplificación excesiva. Sería un error, en cualquier caso, pensar que quienes les votan son también nazis y quieren volver a un régimen como el de Hitler. Sencillamente, porque eso no es verdad. El fondo del problema de la Alemania del Este, con relación al Oeste, está aún hoy en la diferencia en el nivel de vida de unos territorios con relación a otros. En la exrepública comunista, aún es más que visible el atraso en el desarrollo de sus infraestructuras, el alto nivel de desempleo, las barriadas con viviendas obsoletas de la era soviética, y sobre todo, los agravios hacia la otra Alemania, que consideran mejor tratada por las autoridades federales. Una simple incursión desde Berlín hacia el interior da para comprobar cómo, en efecto, sigue habiendo mucha diferencia entre «wessis» (occidentales) y «ossis» (orientales). En costumbres, en la forma de pensar, y sobre todo en los medios de que disponen. Por eso se nota más en la ex República Democrática Alemana la crisis energética, los precios del gas y de la gasolina, y la caída de la industria. Como hay poco trabajo, temen que la inmigración ilegal creciente se quede con lo que en teoría les pertenece. En el Este, que durante 40 años vivió bajo el yugo de la URSS, rechazan mayoritariamente el apoyo de Alemania a Ucrania en la guerra contra la invasión de Putin, y son habituales las manifestaciones «en favor de la paz», pidiendo la vuelta al gas ruso barato.

El reto de la unificación real, aún no alcanzada, como ponen de relieve los resultados electorales, debería orientar también la política del ganador Merz, que tendrá que gobernar con un SPD desacreditado y perdedor. El 20 por ciento de los votantes de Weidel, mayoritarios en el Este alemán, no deberían ser desatendidos en sus reivindicaciones, centradas en la cuestión migratoria, las políticas climáticas y las relaciones con Rusia. Muchos «ossis» hasta recuerdan con nostalgia los tiempos del comunismo, cuando «había trabajo para todos», alquileres y energía accesibles, y también seguridad. De ahí que apoyen tanto a la AfD como al partido de la extrema izquierda post-comunista y pro-rusa Die Linke, y a la BSW de Sara Wagenknect, que finalmente no tendrá representación.

Alemania le ha dado una nueva oportunidad a la derecha clásica y a la Groko, la gran coalición, pero si el país no sale de su actual depresión, pocos dudan de que en el futuro el resultado de la AfD en el Este se puede trasladar también al Oeste.