El bisturí

La gente ya está harta

No, señor Sánchez, no han sido «algunos violentos marginales» los que le tiraron barro y golpearon su coche. La gente está harta y ya se lo están haciendo saber allá por donde pisa

¡Basta ya! La gente ha llegado al límite y está harta. Muy harta. Harta de que la mientan en su cara. Harta de tanta incompetencia en la gestión. Harta de ser masacrada a impuestos sin que lo pagado con el sudor de su frente mejore en algo sus vidas. Harta de la burocracia y de la inoperancia. Hasta de un estado de las autonomías en el que no funcionan ni el Estado ni las autonomías. Harta del deterioro de los servicios públicos. Harta de declaraciones institucionales y de palabras huecas que no conducen a nada. Harta de unos políticos nefastos que solo se representan a ellos mismos. La gente no aguanta más y por eso ha estallado. La tragedia de Valencia ha sido la gota que ha colmado el vaso de una paciencia que ya fue puesta a prueba durante la pandemia. En aquellas fechas, la excusa fue que lo que iba a venir no se podía saber, como si la riada de enfermos que ingresaban en hospitales o morían en China y en Italia unas semanas antes no sirviera para anticiparse ante lo que pudiera ocurrir aquí. Una mentira más. Otra de tantas.

Durante la crisis de la covid hubo de todo, y todo anticipó lo que ha sucedido ahora, pero magnificado por la dimensión de la DANA. En los meses más críticos de la embestida del virus, el Gobierno actuó tarde y mal. No atinó en las decisiones, abusó de la propaganda y, lo que es peor, manejó la trágica situación a su conveniencia para arremeter contra sus rivales políticos, ofreciendo una muestra de lo que iba a ocurrir cuatro años después en el Levante. Dentro de esta estrategia maquiavélica, Pedro Sánchez y sus huestes utilizaron lo que después se denominó cogobernanza como les vino en nada. Como el Ejecutivo asumió el mando y se llevó todos los palos, decidió cambiar de tercio y esparcir responsabilidades. Lo bueno lo hacía él y lo malo, las comunidades, que son las que gestionan. Se convirtió entonces en un gobierno que no gobernaba y que encima molestaba, justo lo que ha pasado ahora.

Llueve, pues, sobre mojado y la historia se repite. Es cierto que la situación le ha venido grande, muy grande, a Carlos Mazón. El Gobierno de la Generalitat no ha estado nada fino. Durante los primeros días fue presa de la parálisis provocada por el shock. Muy mal por su parte. Pero eso no debe servir de excusa para que la administración central espere a intervenir. Decenas de muertes y de desaparecidos e imágenes dantescas como las que se vieron durante las primeras horas debieron ser motivo suficiente para que los ministerios actuaran. No los siete acordados luego entre El Ejecutivo y Mazón. Todos. ¿Por qué no se mandó al Ejército y a la Policía la misma noche fatídica en la que se produjo el diluvio? ¿Cómo es posible que el mismo martes por la mañana la directora general de Protección Civil decidiera irse a Brasil para asistir, para más inri, a una reunión sobre la reducción del riesgo de desastres? ¿Dónde han estado las vicepresidentas durante los cinco primeros días de esta crisis? ¿Se fueron de puente acaso?

No, señor Sánchez, no han sido «algunos violentos marginales» los que le tiraron barro y golpearon su coche. La gente está harta y ya se lo están haciendo saber allá por donde pisa. La violencia no es el medio, pero cuando la indignación se transforma en ira es muy difícil de contener.