Aquí estamos de paso

Hay que parar esto

El desmantelamiento de la unidad de élite de la Guardia Civil fue el comienzo del desastre.

Me van a perdonar los lectores más susceptibles, pero a mí estos días me están evocando tiempos pasados en los que los guardias enterraban a compañeros y los ministros asistían a los funerales cargando en sus espaldas el espanto de un terrorismo imparable. Son como golpes de inquietud, fogonazos de un país en construcción en cuyo camino sembraban piedras de sangre unos tipos que aseguraban matar en nombre del pueblo vasco. Aquello se acabó. Una justicia implacable y la acción de unas fuerzas de seguridad y unos servicios de inteligencia comprometidos y eficaces, dejaron a la bestia en suerte para que un gobierno con visión política y ganas de hacer historia rematara la faena y ETA dejara de matar. Se acabaron los funerales, los adioses, las despedidas y los huérfanos. Quedó el recuerdo de un tiempo oscuro en el que la mayor infamia fue la cobardía de tanta gente que o justificaba aquello o miraba para otro lado. Y la huella, claro. Imborrable. Y una herencia política que aún siendo pacífica sigue sin atreverse a condenar aquellos crímenes.

Libres de aquello, la memoria juega con las emociones y lo de Barbate, con sus funerales y sus viudas, con la ira y la amarga sensación de injusticia, nos trae aquello, y las tripas se aprietan como entonces. Te pones en el lugar de los guardias, los asesinados y los vivos, y te preguntas cómo hemos llegado hasta aquí, qué clase de sociedad es capaz de amparar y jalear la acción de unos tipos sin escrúpulos, millonarios del dolor ajeno, pandilleros de lujo y oro, que actúan con la descarada naturalidad criminal de los impunes, que se permiten burlarse de aquellos a los que en un mundo equilibrado y sano deberían temer.

Pero claro, ¿quién dijo miedo si al abrigo de una parte del pueblo que les apoya porque vive de ellos y su negocio, se une la desidia de la autoridad, su impericia o desgana a la hora de dotar de medios para la lucha a quienes se la juegan en la vanguardia frente a los clanes de la droga?

Se va sabiendo que los guardias de la lancha de Barbate fueron enviados a disuadir a los traficantes, refugiados del temporal en el puerto, apenas con lo puesto y dos pistolas. Y los asesinos se dedicaron a jugar con ellos como el gato con el ovillo, o, más cruel aún, con el ratón que se barrunta ya para sí el peor de los destinos. Por lo visto es lo habitual: vacilan a los agentes sabedores de que su pobreza de medios y el agotamiento de una labor solitaria y poco comprendida, les convierten casi en juguetes de libre disposición.

Se diría que sólo el arrojo, las ganas y el oficio de estos guardias civiles permite que la lucha contra el narcotráfico en el sur vaya obteniendo resultados o al menos no se convierta en una derrota definitiva.

El desmantelamiento de la unidad de élite de la Guardia Civil que encabezaba esta batalla fue el comienzo del desastre. Ha tenido que suceder lo de Barbate, tan dolorosamente evocador, tan inapelablemente previsible, para que se empiece a extender la idea de que algo se ha hecho mal, muy mal, para haber caído así. La actitud del ministro Marlasca no resulta precisamente alentadora. Pero su reacción de supervivencia no puede ni debe ocultar la realidad de una toma de conciencia de todo un país ante lo sucedido y sus motivos.

No más funerales. Hay que parar esto.