Cuartel emocional

No hay verano sin beso

A Rubiales le ha salido caro el beso de verano, aunque se niega a dimitir

Ya por fin escribiendo desde casa, desde ese “cuartel emocional” que es mi estudio, mi refugio, mi guarida, con el calor empezando a desvanecerse, por fortuna, y con temas que retumban en nuestras cabezas con machaconería insoportable. En los periódicos, en las webs, en las redes, en las teles a todas horas. “No hay verano sin beso” es el lema de un chiringuito balear, muy frecuentado y divertido, donde todos hacemos la gracia de besarnos ante el cartel, pero a Rubiales le ha salido caro el beso de verano, aunque se niega a dimitir. Mientras tecleo estas líneas todavía no se sabe qué pasará con su magnífico puesto, tan bien remunerado -¡quién lo pillara!-, y la federación, a estas horas, todavía lo exculpa. El Delegado afirma que coincidió con Hermoso en que ese beso no fue más que anecdótico y el protagonista asegura que fue pactado con Jenni; el gobierno está erre que erre en inhabilitarlo si bien muchos pensamos que el execrable gesto de la mano en la bragueta sería más que suficiente para hacerlo. Rubiales es igualito a Blackwood, el maléfico personaje en la película de Sherlock Holmes que encarnó magistralmente Mark Strong en 2009. Busquen y vean. Lo habíamos ya advertido cuando a principios de año tuvo problemas con cuestiones económicas, los equipos árabes, etc., siempre ha demostrado ser un pieza de aúpa, pero dejémoslo ahí que ya el asunto está muy manoseado.

Otro buen pieza es Trump, fichado en una cárcel de Georgia por un presunto intento de robar las elecciones. En las fotos que se están publicando, su cara mete un poco de miedo, aunque para miedo lo de Prigozhin: ante un Putin más mafioso que nunca no puedes andarte con bobadas, que te liquida sin mayores miramientos, ¡ríete tú de Don Corleone! Y pensando en el descuartizador de Tahilandia, ríete también de la película American Psicho, que la estuve viendo anoche con gran desagrado, prefiero una serie de amor que hemos descubierto al volver de las vacaciones.

De cuestiones internas en la España de este asfixiante agosto, hoy pelín más fresco, más vale también no hablar. Como Dios no lo remedie, se nos avecina un curso en el Congreso de los Diputados en que ya no sabremos ni lo que dicen, en una torre de Babel absurda con unos costes financieros incalculables por los servicios de traducción en un país donde existe una bellísima lengua común de la que todos hacemos uso excepto esos que quieren vivir como algunas separadas, o sea, yo me quedo con el piso, con el coche, con una pensión espléndida y con la casa de veraneo. Es lo que pretende el prófugo de la Justicia Puigdemont, el del mocho en la cabeza, el de Waterloo, ya saben, que decidirá entre Sánchez o elecciones el 14 de enero si Feijóo no puede remediarlo. Este último está en Pontevedra, reuniendo allí a sus gentes top –algunos prescindibles por inútiles, amortizados o demasiado desgastados-, y el lehendakari Urkullu le ha dicho que está dispuesto a oírle frente a un Ortúzar que no quiere saber nada. Veremos en qué acaba todo.

CODA. Dicen que en verano nos enamoramos más, que a nuestros cuerpos les entra un no sé qué, o sea, que el buen tiempo propicia la alegría, el buen ánimo y el amor. Pero ahora llega la despedida y el momento de decir lo de la canción, “te enviaré todo mi amor, todos los días, en una carta, sellada con un beso”. Ahora será un whatsapp.