Biblioteca Harley-Davidson
Hirsutismo vacacional
La política veraniega parece también algo distendido y menor, pero es precisamente cuando los gobiernos aprovechan para colarnos sin hacer ruido sus medidas más impresentables
Anteayer, me descubrí unas inquietantes manchas en la cara y me dirigí sin tardanza al médico, preocupado porque pudiera tratarse de algún proceso de cáncer de piel propio de mi edad. El doctor me dijo que no había motivo para alarmarse: se trataba de un fenómeno muy común e inocuo llamado barba; una patología que, por lo visto, afecta en general a grandes sectores de la población mundial sin muchas consecuencias. Es evidente que, llevado de la laxitud de costumbres de los primeros días de vacaciones, me había permitido prescindir de los rituales más básicos de higiene y, después de años de mentón afeitado, no estaba acostumbrado a verme así ante el espejo.
Cientos de miles de españoles han empezado también este fin de semana sus días de descanso. Les recomiendo que no caigan en mi error y no bajen demasiado la guardia. Es cierto que este año no nos esperan urnas a traición para sacarnos del baño veraniego, pero yo no me fiaría. Los políticos son gentes crueles e implacables, capaces de prepararnos una celada en cualquier momento.
Del mismo modo que el hirsutismo facial aparenta ser inofensivo (pero luego, si nos fijamos, contagia mucho más a la población universal de dogmáticos de Oriente medio y de dictadores bananeros caribeños) la política veraniega parece también algo distendido y menor, pero es precisamente cuando los gobiernos aprovechan para colarnos sin hacer ruido sus medidas más impresentables, aprovechando que estamos de siesta o mirando para otro lado.
Disfrutemos de las vacaciones, pero hagámoslo todos con un ojo abierto y no dejemos de lado las buenas costumbres. Pensemos, por ejemplo, en lo que supondría que las religiosas rebeldes rechazaran, junto con la iglesia, los clásicos atavismos indumentarios del catolicismo. Unas monjas de Belorado con barba es mucho más de lo que todos nosotros (o incluso los Monty Python) podríamos soportar y contemplar sin escalofríos.
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