El buen salvaje
Hombres
Pero el discurso del neofeminismo ha ido demasiado lejos, más que integrar a los hombres los ha expulsado como si fuesen una raza aparte, anterior al «Homo Antecessor»
El dato del Cis se esperaba. O al menos yo lo esperaba. Sí. Hay quien se rasga las vestiduras por los rincones como si significara una vuelta atrás, un onanismo histórico de los varones, que son orangutanes de toda la vida que se miden el prepucio. Si empezamos así no entenderemos nada, ni siquiera lo más importante: por qué se siguen produciendo actitudes machistas, asesinatos machistas y, sobre todo, por qué entre la población más joven. Joder, no hace falta ser catedrático de la universidad de Granada para comprender que lo que opina más del 40 por ciento de los hombres españoles no es que la igualdad les perjudique sino que el discurso les hace trizas y los ningunea. Porque quedan como unos maltratadores que más que gustarle una chica quieren poseerla, que les explican que está mal que los tíos se traten como colegas dándose palmadas en las espalda e incluso peleándose, pero es que, señores y señoras, la biología masculina es así. Los hombres se pelean y se lo pasan bien. Hasta yo lo intenté con el boxeo. Y fracasé.
No son pocos los hombres que ante un enclenque como el que firma se han confesado como niños pequeños por lo que ya no pueden hacer y a ellos les parece de lo más inocente. He de decir que, menos a dos o tres energúmenos, los he absuelto. Claro que les parece bien que esta parte del mundo se dirija a una igualdad real pero, vaya, que les sigue gustando mirar cómo se tambalea un culo en su memoria y cómo el escote se abre a latigazos tiernos.
Pero el discurso del neofeminismo ha ido demasiado lejos, más que integrar a los hombres los ha expulsado como si fuesen una raza aparte, anterior al «Homo Antecessor», y eso se puede sufrir en silencio, como las hemorroides, pero llega el Cis y se lo cascas. Para colmo, no hemos acabado con los acosadores, con esa especie babosa, siquiera de palabra, a la que se le daría gustosamente una patada en los huevos. O sea, hacemos que se sientan culpables los inocentes mientras los ojos vomitivos continúan eyaculando. Algo se está haciendo puñeteramente mal.
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