Canela fina

Israel-Palestina: el nudo gordiano

«Isaac Navón: La crisis entre Israel y Palestina no se resolverá a través de negociaciones diplomáticas. Es el nudo gordiano»

Camelia Shajar, la prestigiosa periodista sefardí, ganó el premio Efe de Periodismo en 1979. La conocí en su casa de Jerusalén con Moshé Saul, que escribió en ABC artículos en judeo-español, en ladino. Camelia conservaba papeles del siglo XV con recetas de cocina que sus antepasados poseían en su casa de Toledo cuando los Reyes Católicos los expulsaron de España.

Presidió el acto el Jefe del Estado israelí, Isaac Navón, sefardí, autor de Jardines de Sefarad. Pronunció su discurso en ladino y durante la ceremonia cantó por primera vez el «Coro de los Sobrevivientes», formado por judíos que padecieron en Auschwitz.

Navón nos invitó a una cena en la casa presidencial de Jerusalén. Y dijo: «Hay que poner los pies sobre la realidad. La crisis entre Israel y Palestina no se resolverá con negociaciones diplomáticas. Es el nudo gordiano y no quedará otro remedio que tirar de espada como Alejandro y sajar cada vez que se exacerben los palestinos». Moshé Dayán, que asistía a la cena, añadió: «Los árabes pretenden aplastar Israel. Sólo nos respetarán si demostramos mayor fuerza militar».

Mantuve relación con Navón hasta su muerte en 2015. He reproducido en ocasiones varias las palabras que pronunció aquella noche. Israel debe esforzarse por respetar los derechos humanos del pueblo palestino en Gaza, pero es la guerra y será terrible lo que ocurra tras la agresión terrorista de Hamás.

Hace 60 años, en la Navidad de 1963, visité por primera vez Jerusalén, con motivo del viaje a Tierra Santa de Pablo VI que llegó en la primera semana de 1964. El diario ABC cubrió el acontecimiento con dos enviados especiales: el escritor consagrado José María Pemán, tan injustamente olvidado, y el joven periodista Luis María Anson. Pemán y yo, junto a su hijo, vivimos momentos de intensidad intelectual sobre todo en Getsemaní, donde el autor de El divino impaciente nos habló de la agonía de Cristo. En el Huerto de los Olivos, al afrontar la pasión y la muerte, el hijo de Dios vivo abrió las puertas para que se predicara la buena nueva desde el púlpito de Roma. Era el sacerdocio del sacrificio según el orden de Melquisedec. Allí pronunció Cristo las palabras más bellas del Evangelio: «Triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».