Con su permiso

José Andrés

Necesitamos muchos más José Andrés en este mundo de políticos depredadores y sociedades anestesiadas

A José Ramón Andrés Puerta, cocinero asturiano formado para la vida en el trato con la gente, en la calle, y en una familia que le enseñó lo que vale la solidaridad, se le han quitado las ganas de seguir ayudando.

El mundo le conoce como José Andrés, el chef español y hoy habla de él porque el ejército israelí atacó a un convoy de ayuda humanitaria de la ONG que fundó y dirige, World Central Kitchen, y asesinó a siete miembros de la organización.

Hay quien le afea que no haya sido hasta que le han abierto en el alma una herida mortal cuando se ha plantado de jarras y con firmeza ante lo que Israel está haciendo en Gaza. Como si la reivindicación que en su día hizo del derecho del país a defenderse del terrorismo fuera una toma de posición firme y sin desdibujar, una autorización implícita a la matanza de inocentes. Lo que hizo, respondiendo a aquella olvidada política de nombre Ione Belarra, fue situarse donde siempre se ha situado, en el lado de la razón, en la búsqueda del entendimiento, en la mirada al mundo sin lupa ideológica y con la amplitud de la inteligencia. Cuando defendía aquel derecho, con el que nadie puede estar en desacuerdo como principio, ya había servido comidas en Israel, entre la gente que lo necesitaba, y es muy probable que estuviera preparando el músculo solidario de su organización para hacerlo también en Gaza. Es peligroso confundir imparcialidad con equidistancia y más aún contemplar el mundo como un escenario de buenos o malos según se ajusten ideológicamente a las posiciones de quien mira y habla.

Nadie con dedo y medio de sensibilidad puede admitir que lo que su cede en Gaza no es otra cosa que una matanza brutal, un exceso sangriento insoportable, un acción de destrucción masiva disfrazada de guerra (qué espanto, estimar que el término guerra es capaz de suavizar una realidad aún peor), nadie. Pero es muy pertinente estimar que el asesinato deliberado de cooperantes que acuden a ayudar a la gente implica un escalón superior en la infamia, un ascenso en la ausencia absoluta de principios morales por parte de quien está dispuesto a perder sin pudor su condición de humano. Más de 200 han muerto ya. La diferencia es que éstos fueron atacados. Al menos tres veces en unos pocos minutos. Hasta que los mataron.

José Andrés lleva dando de comer a la gente en la calle, participando en acciones solidarias más de una década. Diría que mucho más. Su organización, World Central Kitchen, cobró perfiles de institución internacional en el terremoto de Puerto Rico, aquel en el que Trump lanzaba papel higiénico a los afectados y se mofaba mientras jugaba al golf de los que criticaban la descoordinación de la ayuda oficial de su administración. WCK estuvo en Canarias, en Haití, sigue en Ucrania…y hasta hace un par de días desplegaba su solidaridad en Gaza. Con la misma intención, con el mismo objetivo, con la misma energía: «Si en algo estoy graduando es en la universidad de la vida y la única forma en que yo entiendo cuáles son los grandes problemas de la humanidad, es estando al lado de aquellos que no tienen voz, de aquellos que están sufriendo». Me lo decía no hace mucho en una entrevista. Y de esa pulsión nace World Central Kitchen. «De más de 30 años de mi vida donde, como tantas otras personas en el mundo, dedico un poquito de tiempo a ser voluntario o a trabajar en una casa de comidas, o a trabajar en un hospital, o ayudar en una escuela. Pues eso, para contribuir a mejorar la vida de otros. Yo no dejo de ser un voluntario más».

Hoy lamenta la pérdida de los siete en una acción que acaso sirva para mover el violento tablero de Oriente Próximo y contribuya a acabar con lo que está haciendo Israel en Gaza. Entre otras cosas, y esto parecen olvidarlo quienes critican el supuesto reposicionamiento de José Andrés, porque en Israel el crimen ha penetrado como un latigazo de verdad en gran parte de la opinión pública.

Y ese lamento del chef se expresa en términos tan desgarradores como para asegurar que se arrepiente de haber alumbrado su proyecto solidario. Que se le han quitado las ganas de ayudar, vamos. «Ojalá no te hubiese conocido nunca -decía con esa melancólica certeza de quien emite un mensaje que sabe no llegará a su destino, recordando a Lalzawmi Frankcom, una voluntaria muerta en el atentado-. Ojalá no hubiese fundado nunca World Central Kitchen. Estarías viva, sonriendo y haciendo que alguien en algún lugar se sintiese la persona más amada del mundo. Así es como siempre me sentí contigo. Adiós, amiga. Te abrazaré de nuevo algún día y seguiremos alimentando al mundo juntos».

Espero, por el bien de decenas de miles de personas, que la afirmación forme parte de la rotura anímica de la tragedia, del incendio interior que ha desatado la tragedia en este hombre bueno, y no termine solidificando en una decisión dramática e irreparable. José Andrés no puede parar de hacer esto. No debe. Necesitamos muchas más cocinas solidarias y valientes. Necesitamos muchos más José Andrés en este mundo de políticos depredadores y sociedades anestesiadas.

José Andrés
José AndrésIlustraciónPlatón