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Krugman, impuestos y deuda

Como el gasto público no se va a reducir, la clave de la sostenibilidad de la deuda pasa por crujir a los contribuyentes

Hace un tiempo, Paul Krugman sintetizó en El País con su habitual destreza dos tópicos relevantes del pensamiento único. De una parte, sostuvo que la deuda pública no importa. De otra parte, afirmó que bajar impuestos beneficia a los ricos.

La relativización de la gravedad del endeudamiento público es una falacia antigua, desde que los mercantilistas sostuvieron hace siglos que era algo tan inocente como que una mano de la nación le prestara a la otra.

Krugman debe creer que él recibió el Premio Nobel de Economía con justicia, pero que a James Buchanan se lo dieron porque pasaba por allí. No dedica ni una línea a entender la lógica de la deuda pública en términos de legitimación política, y se limita a sostener que países muy endeudados la han resuelto, como el Reino Unido tras la Segunda Guerra, o conviven con ella, como Japón en nuestro tiempo. Igual cree que el languidecimiento de la economía nipona es casual. Pero en el caso británico ignora aspectos cruciales, que señaló Ryan Bourne del Instituto Cato: el gasto público bajó del 62,4 % del PIB tras la guerra al 39,6 % diez años después, la economía británica creció durante tres décadas con superávits fiscales primarios. Y el clásico recurso de la inflación.

La perspectiva actual es diferente en casi todo el mundo, por el menor crecimiento, porque no cabe reducir el gasto militar como se hizo después de 1945 –más bien va a aumentar–, y porque el gasto redistributivo en capítulos cruciales como las pensiones está indexado en varios países, como Estados Unidos o España.

Pero esto no preocupa a Krugman, que asegura que la deuda norteamericana es sostenible porque «solo» requiere recortar el déficit 2,1 puntos porcentuales del PIB anualmente, unos 600.000 millones de dólares. Como el gasto público no se va a reducir, la clave de la sostenibilidad de la deuda pasa por crujir a los contribuyentes. Si alguien protesta, son solo los «mezquinos» ricos, lo que otra vez revela la insuficiencia del análisis de Krugman sobre la economía y la sociedad reales.

Por fin, concluye con otro viejo truco: la deuda no debe preocupar si está emitida en la moneda del propio país. Olvida las tribulaciones de Japón. Cree que todo se arregla con más impuestos y más expansión monetaria. Como si no fueran preocupantes.