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Tribuna

Renaciendo. Parte de lo que se va acaba volviendo

En eso consistió el primer renacimiento; una explosión de la energía espiritual que se había acumulado en la edad media y que planteaba una búsqueda continua hacia el Significado junto a una nueva mirada al pasado

La belleza puede parecer única vista de lejos, porque la distancia difumina los matices, la memoria entremezcla los recuerdos y el tiempo dulcifica las sensaciones. Es cierto que nuestro corazón alberga entre sus recovecos un anhelo de encontrarse con lo bello, y que ese anhelo conduce, con cada sístole y cada diástole, a una búsqueda, generalmente inconsciente, de situaciones, momentos y lugares, cuya única coincidencia es el gozo estético que nos producen.

Quizás por ello los filósofos y los pensadores han reflexionado sobre la capacidad de la belleza de hacernos mejores. Comparto parcialmente esa reflexión porque veo como incide en mi mente y en mi corazón. Pero algo me dice que no es suficiente para explicar cómo actúa la belleza en la generalidad del devenir humano.

Hace ya tiempo visitamos mí mujer y yo, en Madrid, una excepcional exposición sobre Teotihuacán, la famosa ciudad mejicana que alberga las pirámides del sol y de la luna. Mirados a distancia las pinturas y los objetos tenían todos los requisitos de forma y colorido para satisfacer el más exquisito de los gustos. Sin embargo, de cerca la sensación se invertía, porque las escenas que se individualizaban solo provocaban repulsión. Prisioneros desollados, niños destripados, caníbales divinidades devoradoras de hombres, torturas y genocidio compartían el espacio con decoraciones geométricas y vegetales llenas de vigor y creatividad. Una extraña malignidad salía de aquella belleza. Una malignidad de la que no pudieron escapar las civilizaciones mesoamericanas.

Algo parecido sucede con Roma. La espectacularidad, el equilibrio armónico entre la grandiosidad de los monumentos y la sensible delicadeza de los detalles. La perfección de las formas y la cuidada disposición de las perspectivas. Todo habla de una sociedad creativa, impregnada de esteticismo y de exquisito gusto artístico. Pero cuando se conoce el destino de muchas de aquellas soberbias construcciones y la crueldad sobre la que se asentaban, se entiende, al menos parcialmente, el destino que aguardaba al mundo clásico.

Siglo tras siglo lo inhumano siguió asolando sus vidas y sus costumbres. El circo y el coliseo. La muerte y la tortura como espectáculo para diversión de masas. El brutal hedonismo y la abusiva barbarie de la esclavitud. Todo ello configuró un bucle reiterativo del que la antigüedad clásica tampoco consiguió liberarse. Por ello hizo falta una aportación exterior, llena de dramaticidad, para encontrar otro camino que rompiese ese torvo bucle.

El desastre que llevó al fin de la cultura clásica enmascaró el fracaso del paganismo como propuesta civilizadora. La edad Media supuso, entre otras muchas cosas, un cierto rechazo contra los restos que quedaban de esa cultura. A veces se ha puesto en el debe del cristianismo, pero tiene una explicación. En nuestros tiempos ninguna sociedad sana consentiría que se conservasen, y mucho menos protegiesen, monumentos culturales exaltadores del nazismo o de las terribles masacres de Ucrania, Camboya o Ruanda. Pues para los hombres de la alta edad media, aquellas hermosas estatuas de emperadores evocaban a sanguinarios verdugos, responsables de océanos de dolor y sufrimiento. Lo mismo sucedía con los diabólicos demiurgos que conformaban el Panteón clásico que les habían inspirado. No es de extrañar pues que los rechazaran o promovieran su destrucción.

Este fenómeno contribuyó, sin duda, al empobrecimiento cultural que ensombreció la primera parte de la edad media. No está a mi alcance, polemizar con los ríos de tinta que se han vertido al respecto. Pero intuyo que, sin ese primer e inicial empobrecimiento, no se hubiese alumbrado el mundo nuevo y prometedor que amaneció en la última parte del medievo y que abrió inmensas perspectivas para lo humano. Entre otras la capacidad de reencontrar y aprovechar la creatividad de la cultura clásica.

En eso consistió el primer renacimiento; una explosión de la energía espiritual que se había acumulado en la edad media y que planteaba una búsqueda continua hacia el Significado junto a una nueva mirada al pasado. Ya no desde un punto de vista acomplejado y vergonzante, sino desde la convicción de que la humanidad nunca debe ignorar nada de lo bueno que haya en su devenir histórico.

Creo que ese primer renacimiento fue el más significativo, Luego los gigantes de Cinquecento, Miguel Ángel, Rafael,...., contribuyeron, en parte, a desvirtuar lo esencial de la cultura renacentista por su complicidad con cierto neopaganismo. Pero la maravilla del Quattrocento fue la recuperación de los elementos más excelentes de la cultura clásica y su utilización para seguir exaltando los valores, las creencias y los anhelos de esa nueva humanidad.

El primer renacimiento no tuvo su principal centro en Roma. Hay muy aquí poco de los primitivos renacentistas, Giotto, Botticcelli, Fray Angélico. Pero empiezan a existir notables contribuciones hacia mitad del Siglo, sobre todo en pintura y arquitectura. Impresionan especialmente las capillas quattrocentistas que la Iglesia permite visitar, como siempre gratuitamente, en varias iglesias romanas. Todas destacan por el cuidadoso naturalismo de la figura humana, por el empleo de unas gamas de colorido subyugantes, por el uso de artificios clásicos en las perspectivas y por la frescura, un poco ingenua todavía, de las composiciones escénicas. Particularmente en el afectuoso y delicado tratamiento de la figura de la Virgen.

He disfrutado contemplándolas hasta la emoción. Si viajan a Roma con ambición de entender, no dejen de visitarlas. Les recomiendo algunas:

1.- Capilla del Cardenal Bessarion en la Basílica de los Santos Apóstoles, de Antoniazzo Romano. Reapareció, casi arqueológicamente, hace no mucho.

2.- Capilla de Santo Domingo en Santa María Soppraminerva de Filippo Lippi. Uno de los grandes pintores florentinos. Es la más impresionante capilla quattrocentista de Roma.

3.- Capilla de San Bernardino de Siena de Pinturicchio en la basílica del Ara Coeli. En esta Iglesia también hay frescos de Benozzo Gozzoli, otro de los grandes pintores florentinos.

4,- Capilla della Rovere en Santa María del Pópolo, También de Pinturiccio. Esta Iglesia tiene tal cantidad de arte que quita el hipo.

Dedicado a Don Fernando Chica, representante del Papa ante la FAO

Antonio Flores Lorenzoes ingeniero agrónomo, historiador y antiguo representante de España en la FAO