El buen salvaje

Más pobres y desiguales: la convivencia era esto

Cuando cualquier ministro del futuro Ejecutivo mire a la cara, si es que lo soporta, a un andaluz, verá a una persona que paga más pero que tendrá peores servicios

La disolución Sánchez a los problemas de España era una receta de bicarbonato. En la soledad de nuestras habitaciones se hará insoportable el ardor estomacal después de que nos hayan atracado en plena calle, a la luz del día y a la vista de todo el mundo, incluida esa Unión Europea que solo se ponía firme cuando nos pedían el rescate. Aquella barquita en la que navegaban Merkel y Rajoy es hoy la estampa de un mundo desaparecido y prehistórico, como de antes de una guerra.

La inmoralidad no es legal o ilegal pero es mortal para el alma. Todo lo que sucede en España para que Sánchez llegue a formar Gobierno no lo aguantan los tribunales, convertidos en ninots que han de consumir las llamas del infierno, ni tampoco la vergüenza.

Podría desgranar toda la farfulla literaria, épica, para que al menos un hombre justo sostenga la antorcha de la decencia (esas ridículas llamadas para que intervenga García Page), pero todo acabará siendo pasto del incendio cursi en el que nos quemamos los nuevos indignados. Vivir a la contra siempre resultó apasionante pero ahora es triste como unos calcetines de Santos Cerdán. Se puede ser lo que se dice feliz en la orgullosa disidencia, pero en la tristeza solo espera la sertralina en lugar del whisky, o lo que es peor, las dos cosas a la vez. La ansiedad no se aprende en los prospectos.

Pasará todo lo que se viene advirtiendo, y tal vez mucho más, porque una vez que se abre la puerta a un elefante en el guateque cabe una boa constrictor. Dejemos pues la lírica sociológica y vayamos a la prosa numérica. Lo que se colige del acuerdo al que han llegado el PSOE con los nacionalismos es que a Cataluña se le perdona parte de su deuda y podrá recaudar todos sus impuestos mientras que el País Vasco dispondrá de la Seguridad Social, menos para pagar las pensiones porque necesita, eso sí, del fondo de todos los contribuyentes. O sea, no es solo que se oficializa la desigualdad entre los españoles, que ya es grave, sino que esa asimetría, claro, perjudica al resto más pobre. Cómo explica Fernández Vara a los extremeños que por no por convocar consultas ilegales y no robar sus trenes seguirán siendo los más lentos de España. Qué tiene que decir el barón asturiano, el castellano-manchego antes mencionado y los demás aspirantes a gobernar su reino de taifa. Cuando cualquier ministro del futuro Ejecutivo mire a la cara, si es que lo soporta, a un andaluz, verá a una persona que paga más pero que tendrá peores servicios. Eso era el prometido Gobierno progresista. Cojonudo.