Sin Perdón

El nuevo mundo según Trump y el fin del wokismo

La gente, la sociedad, acaba cansándose de la mentira y la manipulación. Finalmente, acaba diciendo basta. Es lo que ha sucedido en Estados Unidos con la llegada de Trump

¿Cuál es la prioridad de Trump? Estados Unidos. Nos gustará o no, pero es la realidad a partir de la cual se tiene que construir cualquier análisis. No fue elegido por los europeos, sino por los estadounidenses. Es habitual que la prepotente izquierda mediática y la derecha acomplejada sean unos felices augures de la llegada del apocalipsis trumpista. Hay que partir de la base de que los presidentes demócratas siempre son más populares en ese mundillo de los desinformados que los republicanos, aunque luego sean unos inútiles. No voy a negar los méritos que tiene esa izquierda que ha sido capaz de imponer sus ideas de lo políticamente correcto en libros, series de televisión y películas. A quien se sale del carril se le aplica una implacable política de cancelación. Es algo que podemos ver en todo el mundo y, por supuesto, en España. El disparate de la ley de memoria histórica, aunque es más acertado denominarla de la desmemoria, la ignorancia y la manipulación, es un claro ejemplo de esa realidad. La izquierda elabora un relato y sus palmeros y voceadores la expanden felices. No importa la verdad, sino aquello que encaje en su fanatismo sectario y su objetivo de adoctrinamiento. Es algo que une a los gobiernos socialistas con la izquierda radical iberoamericana, el populismo y el comunismo. Es el hilo conductor de una implacable estrategia de ingeniería social. Esto ha sido posible por el control que tiene la izquierda de los medios de comunicación y muchas universidades. En primer lugar, ponen en marcha una campaña y no importa que sean minoritarios, porque se van abriendo camino. Cuando llegan al poder imponen su verdad. La manipulación y la mentira no se circunscriben, por ejemplo, a la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura franquista, sino que, como hemos visto con la llegada de Sánchez, a todo aquello que le convenga. El escaso nivel e insolvencia de sus huestes lo ofrece la lista de fanáticos y sectarios que ha colocado en la comisión pseudoacadémica para celebrar la muerte de Franco. No hay ningún pasaje de la Historia de España que no corra el riesgo de ser reescrito al servicio de la ingeniería social del sanchismo. Este proceso alcanza todos los ámbitos de la sociedad y se asaltan las instituciones de una forma tan grosera como descarada, pero se caracteriza, también, en que esos avances de ingeniería social luego no se revierten. Es lo que sucedió con las políticas que aplicaron los gobiernos socialistas antes de la victoria del PP en 2011. Los gobiernos de Rajoy no cambiaron muchas cosas y pecaron de ingenuos. Por supuesto, la izquierda mediática los masacró de forma inmisericorde. En cambio, cuando Zapatero llegó al poder en 2004 hizo justo lo contrario. Con Sánchez, sucedió lo mismo, pero mucho peor y en poco tiempo desplegó sus medidas de ingeniería social, se asaltaron las instituciones y se desplegaron las redes clientelares. Cada vez es mucho peor que la anterior. Es cierto que ahora cuenta con personas sin escrúpulos como Conde-Pumpido para blanquear jurídicamente cualquier tropelía. La única suerte que tenemos es que la sociedad va económicamente al margen de ellos, que fracasan en su estética de adoctrinamiento y que estamos en la Unión Europea, que aunque es el paraíso del wokismo no nos pueden conducir a la Argentina de los Kirchner o la Cuba de los Castro, como le gustaría a este nuevo socialismo sanchista. El problema es que la gente, la sociedad, acaba cansándose de la mentira y la manipulación. Finalmente, acaba diciendo basta. Es lo que ha sucedido en Estados Unidos con la llegada de Trump. Por eso la izquierda política y mediática europea está histérica. Ahora les toca sufrir su propia medicina. No soy estadounidense y, por tanto, no soy ni trumpista ni antitrumpista. No compro la basurilla ideológica de esa izquierda mediática, la propaganda populista y radical de Sánchez o las simplonerías a Úrsula von der Leyen y sus colegas eurofuncionarios que viven a cuerpo de rey a costa de nuestros impuestos. Digo nuestros, porque ellos ni siquiera han hecho una oposición, sino que están ahí gracias a las redes clientelares. Es verdad que Trump es un problema para la izquierda política y mediática europea, pero también para la derecha que necesita que estos le acepten. Al ser un patriota estadounidense, algo que prácticamente no existe en Europa, su escala de valores y prioridades es muy distinta a la nuestra. Hay cosas que no me gustan y quisiera que estuviera más unido a Europa, pero entiendo que cuando ve a personajes como Sánchez, Macron, Von der Leyen o Scholz decida que no quiere saber nada de ellos. Es lo mismo que el pequeño Trudeau o la pija prepotente de Sheinbaum. La reacción normal es responder que «ya que sois tan listos, lo mejor es que resolváis vosotros los problemas que habéis creado». Cuando Sánchez sale pontificando como si fuera el gran pensador del siglo XXI que tiene respuesta para todo, es lógico que se rebelen los que rechazan la ingeniería social. Es muy interesante esa permanente campaña contra la derecha radical, cuyas ideas no comparto, mientras Sánchez blanquea a los comunistas, que son los herederos directos de una de las ideologías más criminales de la Historia, a los antiguos dirigentes del aparato político y militar de la banda terrorista ETA y a los independentistas. Esto le parece muy bien a mis compañeros periodistas de la izquierda mientras expanden todos los males de esa derecha que convierten en heredera directa del nazismo y el fascismo. En cambio, les molesta que recordemos los horrores del comunismo en Cuba, la URSS, China o Camboya. La lista es enorme. No importa, porque los comunistas son los buenos de ese disparatado relato wokista.

Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE).