El canto del cuco
El «plan B»
No le importa que le acusen de corrupto y hasta de traidor a la patria. Las críticas le resbalan. Las atribuye a la derecha, que no se resigna a permanecer alejada del poder, y a la que odia
Aumenta la incertidumbre política. Pedro Sánchez está encontrando más dificultades a su investidura de las previstas el día que recibió el encargo del Rey. Pasa el tiempo y sigue sin convocarse el Pleno del Congreso. Se comprueba que jugaba de farol. Buscar votos «hasta debajo de las piedras» no resulta tarea fácil. Aparte de Sumar, el socio preferente, y sin ningún entusiasmo entre los supervivientes de Podemos, sólo Bildu, la fuerza heredera de ETA, le garantiza su apoyo. Y esta garantía le ha costado a Sánchez una foto ignominiosa con la antigua portavoz de la banda terrorista, un precio demasiado alto para muchos. Con Junqueras y con Puigdemont, sobre todo con el de Waterloo, sigue el tira y afloja. Esta semana habrá novedades de Junts. Y queda el decadente PNV, que aparece desubicado y a la que salta. Veremos qué hace al final.
Conociendo la peculiar psicología del personaje y su alto concepto de sí mismo, Sánchez hará lo que sea, aunque salten astillas en la Constitución y en su propio partido, para lograr su propósito. «Comprará» votos al precio que sea con tal de seguir en el poder. No le importa que le acusen de corrupto y hasta de traidor a la patria. Las críticas le resbalan. Las atribuye a la derecha, que no se resigna a permanecer alejada del poder, y a la que odia. No le importa que el pueblo le abuchee cuando pisa la calle. Le da lo mismo que a derecha e izquierda se interprete de forma abrumadora que la amnistía que ofrece a los golpistas catalanes no es para alcanzar la paz sino el poder, un asunto estrictamente personal.
El problema que tiene Sánchez para lograr su propósito es que sus posibles socios tampoco se fían de él. Eso hace que exijan cada vez más concesiones y garantías. Los nacionalistas vascos y catalanes, de los que depende hoy la presidencia del Gobierno, tienen elecciones a la vuelta de la esquina y habrán de dar cuenta a su electorado de los resultados efectivos de estas oscuras negociaciones con el poder central. Por eso se tientan la ropa antes de comprometerse. Esto abre un resquicio a la repetición de las elecciones en enero. Es el «plan B». Depende, en parte, de Tezanos, de una luminosa encuesta suya favorable a la izquierda, que disipe tanta incertidumbre. Pedro Sánchez se presentaría entonces envuelto en la bandera roja y gualda, como el patriota incorruptible que no se ha sometido a las exigencias de los separatistas y que sigue dispuesto a impedir que la extrema derecha gobierne en España. Es capaz.
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