
Insensateces
La pobreza
Tendemos a mirarles como se mira a los niños, desde arriba, perdonando que no se porten como queremos, con alguna regañina, algún castigo, y alguna caricia en el pelo
Se ha ido la Presidenta de la Comunidad de Madrid a Perú y, desde ese país, nos ha dicho que hay población allí «sumida en la pobreza y que, sin embargo, es alegre, es amable, es humilde…eso hace una forma de ver el mundo que nos representa a todos. Y, desde que llegué como presidenta a Madrid, siempre quise reivindicarlo porque esto es así». Seguramente, alguno de Vds haya ido a la India, o tenga un amigo que ha venido contando de esa zona del mundo casi lo mismo. Que la gente es muy pobre, pero muy sonriente y que, con muy poco, es feliz. Turistas que visitan lugares en el planeta sin desarrollo, sin paz, sin una economía que permita vivir dignamente a su población y que, por sorpresa, se muestran afables, generosos, y que parecen llevar una existencia que transmite dicha. Entiendo perfectamente lo fascinada que puede haber quedado Ayuso con la personalidad de los peruanos con los que ha podido tener contacto estos días, pero no perdamos la vertical. Desde ese Primer Mundo en el que creemos vivir, tendemos a la condescendencia. En unos casos a la indulgencia, a la complacencia y en otros al tutelaje. O les decimos lo que deben votar, cómo deben votar, quiénes deben ser sus dirigentes, o nos parecen enternecedores. O les percibimos equivocados en sus candidatos, en los perfiles en los que confían y, sobre todo, cuestionamos sus elecciones políticas (anda que estamos nosotros para dar lecciones) o nos resultan adorables. Tendemos a mirarles como se mira a los niños, desde arriba, perdonando que no se porten como queremos, con alguna regañina, algún castigo, y alguna caricia en el pelo. Esa gente sonriente y amable quizá debería gustarnos igual si fuera adusta pero tuviera una vida digna. Que fuera muy antipática pero que no necesitara nada básico. Que no tuviera que acercarse a los turistas y ser amable para ganarse unas monedas, para pedirles las sobras de la comida, medicinas o lo que lleven encima. Que fuera muy borde, pero que tuviese de todo. Porque, cuando nos vamos los de esta parte del mundo, seguimos a nuestra rutina distante, olvidando a todos aquellos que nos asombraron por su trampantojo de felicidad.
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