El canto del cuco

Mi primer Quijote

Fue el que, como creo que tengo dicho, nos fue leyendo mi madre con un dulce e inolvidable sonsonete, a la luz de un candil

En vísperas del aniversario de la muerte de Cervantes me acuerdo de mi primer Quijote. Hace tiempo que aquel libro que marcó mi vida, de hojas amarillentas, con letra bien cuidada, compuesto por dos tomos en rústica, desapareció, lo mismo que desapareció la presencia humana en la casa de Sarnago, ahora en ruinas. Deshojado, perdido en algún arcón del somero, acaso roído por los ratones, con el hundimiento de la casa he perdido la esperanza de encontrar un día algunas de sus páginas, como reliquias sagradas de la infancia.

Este Quijote fue el que, como creo que tengo dicho, nos fue leyendo mi madre con un dulce e inolvidable sonsonete, a la luz de un candil, –aún no había llegado la luz eléctrica al pueblo– a los abuelos y a los dos niños, en las largas noches de invierno junto a la lumbre de la cocina, mientras el viento, que agitaba la nieve, resonaba en la chimenea, y nosotros creíamos que era el grito amenazante de las «Úrguras» o brujas blancas del invierno. Cada noche leía mi madre dos o tres capítulos, que seguíamos todos con atención perforadora antes de que empezara a tentarnos el sueño. Después el libro, convertido en objeto familiar, como la baraja de Heraclio Fournier, andaba rodando por la mesa de la cocina y por el banco del pasillo, donde yo acostumbraba a releer los episodios más llamativos por mi cuenta.

Desde entonces, cuando contaba apenas diez años, no he dejado de la mano la inmortal obra de Cervantes. No sé cuántas veces he leído el Quijote, unas veces de seguido y otras por capítulos sueltos, a salto de mata, para descargar la fatiga del día. Puedo decir que lo he leído siempre. Anoche dejé a don Quijote y a Sancho en la venta, muy concurrida, cuando acababan de llegar Zoraida y el cautivo. He comprobado que en el Quijote está todo. Revolviendo en la arqueta de los recuerdos, que tengo aquí a mano junto a las viejas fotos familiares y mi caballo de cartón, he encontrado el cuaderno azul con los dictados que nos ponía don Juan, el maestro. Es interesante. Nos dictaba precisamente párrafos del Qujijote. El primer dictado, fechado el 25 de septiembre de 1948, empezaba así: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los Cielos, con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar esconde». Pocos maestros se atrevían a tanto, ni siquiera yendo de la mano de Cervantes. Eran tiempos en que era arriesgado hablar de libertad en España.