
A pesar del...
Lo público
Muchos identifican lo público con el progreso. Es lo que tiene no haber leído a Mussolini
Lo público tiene diáfanas connotaciones plausibles, porque alude a lo inclusivo, colectivo, comunitario, generoso y compartido por todos. Lo privado, en cambio, evoca nociones desagradables, como individualismo, egoísmo, materialismo, exclusión o incluso maltrato y explotación.
Es todo mentira, sí, pero no es una mentira que sea denunciada de modo incesante, ni mucho menos.
Para comprenderla, nada mejor que los hechos. Es decir, en vez de imaginar unos sectores públicos ideales, ver cómo son los diferentes niveles de la Administración en la vida real.
Es lo que hizo Rosa Carvajal en LA RAZÓN, en un artículo titulado: «La España de las 10 millones de subvenciones». El abanico es espectacular, porque los 20.000 millones de euros que se gastan las administraciones en subvenciones van dirigidas a personas particulares, pero también a empresas de ingeniería, de embalajes, constructoras, de conservas, de bebidas, de frutas, de quesos, de juguetes, de vidrio, de automóviles, de moda, de quesos, etc. Las ayudas, préstamos y subvenciones pueden terminar en el turismo o, en bello bucle, en otras entidades públicas, como, por supuesto, partidos políticos, universidades, autonomías o ayuntamientos. Pueden llegar a empresas de comunicación, al Instituto Catalán de Finanzas, al Instituto Valenciano de Cultura o al Palau de las Arts de Valencia, o a mis favoritas: las «fundaciones del sector solidario», caramba, o sea que hay un sector, nada menos que un sector solidario. Los demás, claro, no lo son.
La utilidad social de todo esto es más que dudosa. Y, naturalmente, las cifras se han disparado desde la feliz llegada a La Moncloa de Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas.
Prudentes fuentes de la AIReF le dijeron a Rosa Carvajal que no existe «un descontrol» en las subvenciones, pero sí «una falta de estrategia, de transparencia y de trazabilidad». El problema es que esas ausencias son inseparables de los Estados modernos, que son bastante más parecidos al nuestro de lo que a veces pensamos. En todos los países, en efecto, funcionan igual, con un amplio desorden conforme al cual las personas, empresas e instituciones, intentan obtener del Estado más de lo que éste les arrebata. Al final, quien recibe más y quien paga menos no es quien objetivamente lo necesite sino el que presiona con más éxito.
Y muchos identifican lo público con el progreso. Es lo que tiene no haber leído a Mussolini.
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