Los puntos sobre las íes

El puto amo es Puigdemont

¿De quién depende Sánchez para seguir volando en Falcon?

La idolatría a Pedro Sánchez dentro del Partido Socialista ha adquirido tintes norcoreanos que provocarían vergüenza ajena al mismísimo Kim Jong-un. Óscar Puente es el único que se atreve a cantar las cuarenta al big boss en privado, valentía que compensa con un baboseo desmesurado en público, tal vez para evitar males mayores. Que ya sabemos cómo se las gasta Romeo Sánchez con los que le llevan la contraria. Que se lo digan o se lo cuenten a Ábalos o a Carmen Calvo.

El sustancioso ministro de Transportes no se sonrojó durante ese acueducto de falsaria reflexión que se tomó su baranda mientras el resto de españoles currábamos como cabrones. Lo retrató como un mix de Adenauer, Churchill, Brandt y Palme: «La influencia de España en Europa y en el mundo es incluso mayor que en tiempos de Felipe, Sánchez es el puto amo, se le respeta y habla inglés». Olvida el vallisoletano que si a España no se le respeta en el mundo, no pintamos un carajo, resulta física y metafísicamente imposible que su jefe sea poco menos que el líder del mundo libre. Por no hablar del incontrovertible hecho de que inglés lo hablamos con razonable fluidez millones de españoles, mérito del que carecía un Aznar que sí que mandaba un huevo en el difícil panorama que han supuesto para nuestro país las relaciones internacionales desde Felipe II. Ya le hubiera gustado a Romeo para los días de fiesta pasar varios fines de semana en el domicilio personal del presidente estadounidense como sí hizo el marido de Ana Botella con Bush.

Puente, que no es el tontorrón que dibujan los memes, sino un tipo muy listo, monta un pollo de tres pares de narices cada vez que habemus lío presidencial. Cortinas de humo que funcionan, como funcionó ese «puto amo» que fue el gran titular durante el largo domingo en el que muchos –yo no, nos conocemos– pensaban que Franquito se las piraba.

Pensándolo bien, tal vez lo de Puente fue un lapsus linguae y donde dijo «Sánchez» tal vez quería pronunciar un mucho más real y atinado «Puigdemont». ¿Cómo va a ser el puto amo Sánchez si el líder de Junts lo maneja como un monigote? ¿Que quiero todas las competencias de inmigración? Allá que va Romeo y se las entrega cual Rendición de Breda en menos de 24 horas. ¿Que me pide la amnistía de todos los participantes el 1-O? No se preocupe, mi amo, que la tramitaremos a velocidades supersónicas. ¿Que nos puntualizan los magistrados que en el procés hubo terrorismo, malversación y traición? Tampoco pasa nada, colamos los tres tipos penales en la ley y a otra cosa, mariposa. ¿Que nos exigen comisiones parlamentarias para rearbitrar las resoluciones judiciales como si esto fuera el VAR del fútbol? Marchando una de lawfare que el presidente del Gobierno de facto, don Carles, la quiere ya.

Parafraseando a Romeo, formulo en voz alta una pregunta bien sencillita: ¿de quién depende para seguir volando en Falcon, pasar los fines de semana en Doñana, veranear en la Residencia Real de La Mareta y, consecuentemente, mantener el amor de Begoña, que no es lo mismo ser Romeo pernoctando en Moncloa que estando en la puñetera calle? De los siete votos de Puchi en la Carrera de San Jerónimo. Pues eso. Gane quien gane mañana, lo haga el PSC, arrime el ascua a su sardina Junts, sólo una cosa está clara: Puigdemont volverá a ser president de la Generalitat. Es el amo de llaves del Palacio de La Moncloa y Sánchez su esclavo moral. O sea, que menos lobos, caperucito Puente.