Parresía

A los que se jubilan

Echaremos de menos a Alfredo, a Rosaura. Y ellos, con seguridad, encaran una etapa más libre y puede que más enriquecedora

Comentaba ayer Alberto Núñez Feijóo con los periodistas, al terminar de exponer su balance del curso que acaba, que las vacaciones están sobrevaloradas. Ya le digo yo al líder del PP que no es así cuando te dedicas a escuchar cada día a nuestra clase política. Los casos de corrupción de un partido suelen ser directamente proporcionales al número de años que permanece en el poder. Celebro poder descansar unos días de tanto ataque y polarización, de corazón os lo digo. Y ya puestos, solo espero que ahora, en agosto, sean detenidos los culpables de los otros incendios, los forestales. Y que esos delincuentes pasen muchos años en la cárcel.

Os dedico, queridos lectores, estas líneas últimas antes de darle carpetazo a la temporada laboral y de intentar desconectar de lo mío, que es la información (el verano pasado aparqué el tabaco pero esto…, esto no creo que lo consiga al 100%, seamos realistas). Agotada como nunca, pero satisfecha (de un tiempo a esta parte, con un escándalo inédito semanal, de media, hemos estado entretenidos hasta el punto de llegar a pensar que nuestra realidad resulta más impactante que cualquier thriller loco de las plataformas).

Por supuesto, agradecida siempre a vosotros, que gastáis vuestro valioso tiempo en leerme. Nos vamos haciendo mayores sin reflexionarlo y un buen día recibes una llamada telefónica de Alfredo Semprún –hasta hoy, periodista opinador de este periódico– para cerciorarse de que le envías la última columna del mes y, de paso, para decirte que se jubila. Le felicitas, él te explica que pasará muchas más horas en el mar y tú sientes una sanísima envidia y le das de nuevo la enhorabuena –ya le estás visualizando en un velero–, pero él no te contesta del todo eufórico. Se marcha sereno.

Lo mismo que, unos días atrás, dejó para siempre la tele Rosaura Calahorra, productora icónica de Antena 3 Noticias, la mujer más estilosa y encantadora que podáis imaginaros. Nos dimos un abrazo, la vi marcharse y sentí una punzada nostálgica.

Ahora que pienso en ella, ahora mismo que acabo de colgarle a Alfredo, me viene a la cabeza aquella frase lapidaria que tan mal me sentó a los veintipocos, cuando empezaba. Parece que estoy viendo a Joaquín Guereñu, el jefe que me dijo que el periodismo «es un sacerdocio» con una sonrisa socarrona mientras yo le miraba desafiante (por aquel entonces, esta que os escribe trabajaba de sol a sol por unos pocos euros). Guereñu tenía más razón que un santo.

Echaremos de menos a Alfredo, a Rosaura. Y ellos, con seguridad, encaran una etapa más libre y puede que más enriquecedora. Pero siempre, siempre con su oficio en el corazón.