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Quisicosas

Los que obedecemos

Los instrumentos que debían liberarnos de las dictaduras han resultado caballos de Troya con premio dentro

Ha decretado Donald Trump que el paracetamol provoca autismo y los médicos y la ciencia entera se desgañitan en vano desmintiéndolo, porque creer es mucho más dulce que pensar. Siendo niña jamás dudé del Ratón Pérez, que me traía cuentos cuando se me caía un diente, porque mi madre pontificaba su existencia. Resulta que, en el mundo entero, hemos vuelto a la infancia mental, ha ocurrido una involución cósmica y la bandera del orbe es un pañal. Nicolás Maduro ha anunciado de nuevo que el 1 de octubre empezará la Navidad en Venezuela y ya prepara su pueblo los felices fastos engalanando las calles. Putin se ha convertido en zar y las muchachas suspiran por su torso desnudo. En la historia hay precedentes de estas degeneraciones colectivas que permitieron a Calígula endiosar a su caballo o a las autoridades de la RDA sustituir al Niño Dios por «Papá Invierno», que traía los juguetes a los niños. Los pueblos aherrojados obedecen mansamente y toman con ductilidad el camino que marcan los próceres.

Los instrumentos que debían liberarnos de las dictaduras han resultado caballos de Troya con premio dentro. La IA, la revolución digital, las redes sociales amplifican el gesto del poderoso y resulta más sencillo que nunca creer lo que se desea que creamos. Qué fácil ser esclavo en el siglo XXI, qué cómodo abandonarse a la almohada y dejar que el poder deposite su óbolo sin necesidad siquiera de dejar un diente. Que otros piensen. Este abandono blando, esta pastueña mansedumbre nuestra, no sólo fortalece al que manda sino que nos absuelve de lidiar con la telaraña compleja y tempestuosa que es la vida. Nos evita el arduo trabajo de ser hombres. No todos valen, claro, para aconsejar combatir el covid con lejía o colgar bolas en el árbol en otoño, hay que tener lo que casi nadie tiene. Aquí, por ejemplo, no hay problema en ese sentido, los trabajadores con salario mínimo se han triplicado, el empleo de calidad ha descendido, tener piso propio -ese sueño de lo sesenta- es cosa de ricos, la gente vive en habitaciones con baño compartido y la cesta de la compra es un averno. Según el Instituto Nacional de Estadística la carne de vacuno ha subido un 15 por 100, los huevos, un 17 por 100, las verduras un diez por cien. Cabría imaginarse las calles encendidas de manifestantes denunciando la incuria de los próceres, pero no, las pancartas hablan de Gaza, un horrible holocausto en el que España bien poco puede hacer. No hay tanta distancia entre el que vive en piso patera y se anuda el pañuelo palestino y el que tira sus blisters de paracetamol al WC.