La situación

Regenerando la democracia

«Las investigaciones periodísticas y judiciales sobre la esposa del presidente del Gobierno no deberían provocar cambios legislativos»

Un día del pasado mes de abril, al presidente del Gobierno le notificaron que un juez de Madrid investigaba las actividades privadas de su esposa, ya conocidas por todos porque se publicaban en los medios desde hacía semanas. Por la mañana, el presidente acudió a la sesión de control al gobierno en el Congreso y dijo, misterioso, que confiaba en la justicia a pesar de todo. Horas después, Moncloa anunció que Pedro Sánchez dejaba en suspenso sus responsabilidades como jefe del Gobierno durante cinco días, para sumergirse en una reflexiva introspección sobre si le merecía la pena seguir en su cargo.

Pasado ese tiempo, Sánchez reapareció en las escalinatas del palacio presidencial para comunicarnos su decisión de continuar, pero con el objetivo de batallar con más ímpetu contra sus rivales –si es que eso fuese posible–, que a esas alturas ya habían sido catalogados como enemigos. Entre ellos, los medios de comunicación no afines.

Para entonces, la fábrica de conceptos que, con diligencia, trabaja para el presidente, ya había proporcionado a su jefe los titulares de la doctrina con la que mantener prietas las filas de los propios y buscar la fórmula para castigar a los ajenos: aprobar un «plan de acción por la democracia» para acabar con «la máquina del fango». El éxito estaba asegurado, porque ¿quién puede mostrarse en contra de un plan de acción por la democracia? Y ¿quién puede estar de acuerdo con la máquina del fango?

Regenerar la democracia es una tarea continua, porque los enemigos de la democracia no descansan. Pero la buena o la mala voluntad de determinadas iniciativas se aprecia no tanto en sus objetivos, sino en por qué se plantean justo en este momento. Y ahí, el supuestamente bondadoso motivo del plan decae. Las investigaciones periodísticas y judiciales sobre la esposa del presidente del Gobierno no deberían provocar cambios legislativos. Así no se regenera la democracia. Se degenera.

Ya lo dijo el gran torero Juan Belmonte, cuando un día le preguntaron cómo era posible que uno de sus novilleros hubiera acabado siendo gobernador civil en el franquismo: «degenerando, degenerando», respondió con destreza taurina.