Tribuna
El retorno a la sensatez
Hemos vivido décadas de «estupidez obligatoria» en las que lo único aceptable, invariablemente, consistía en elevar el sentimiento, lo subjetivo, incluso lo esperpéntico, por encima de la razón
Confieso que había descartado escribir sobre la intervención de Javier Milei en Davos. Sin embargo, la obstinación de algunos en silenciar o caricaturizar el evidente liderazgo mundial de esos pocos, empeñados en plantarle cara a la dictadura de lo «políticamente correcto», me hace rectificar.
Me encuentro entre los millones de ciudadanos «occidentales» –incluidos los de Hispanoamérica– que vislumbran en el horizonte no lejano un retorno a la sensatez. Hemos vivido décadas de «estupidez obligatoria» en las que lo único aceptable, invariablemente, consistía en elevar el sentimiento, lo subjetivo, incluso lo esperpéntico, por encima de la razón, por encima de lo obvio, con una actitud permanente de atropellar la verdad. Esa verdad expuesta por las evidencias de la biología, de la hemeroteca, de la historia, incluso de acontecimientos recientes que habíamos presenciado como testigos oculares.
La opinión pública se ha visto invadida por la imposición –camuflada con el indiscutible término de «tolerancia»– de que el subjetivismo, el relativismo hedonista, la indiferencia hacia la verdad, los deseos elevados a la categoría de legítimos derechos, la falta de respeto a la propia realidad más tangible –la biológica– debía implantarse en todas las dimensiones humanas, desde las más personales, como la conciencia moral, a las más sociales como las leyes o las instituciones, incluidas las internacionales. Afortunadamente, surgen líderes que se oponen decididamente a esa perniciosa deriva.
«¡Cuánto ha cambiado en tan poco tiempo!» (…) «y debo reconocer que en algún sentido lo comprendo». Así iniciaba su intervención en Davos, el 17 de enero pasado, el presidente Milei haciendo referencia a su anterior invitación a ese mismo Foro, que causó estupor en unos y esperanza en tantos otros: «Un presidente (…) que no era político, que no tenía apoyo legislativo, ni de gobernadores, ni de empresarios, ni de grupos mediáticos (…) se para en este estrado y le dice al mundo entero que están equivocados, que se dirigen al fracaso, que Occidente se ha desviado y debe ser reencauzado (…) que Argentina había estado infectada de socialistas por mucho tiempo y que con nosotros iba a volver a abrazar las ideas de la libertad: modelo que nosotros resumimos en la defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada».
«Un año después (…) no me siento tan solo –proseguía– porque el mundo ha abrazado a la Argentina (…) que se ha convertido en un ejemplo global de responsabilidad fiscal (…), de cómo terminar con el problema de la inflación y también de una nueva forma de hacer política, que consiste en decirle la verdad a la gente (…) y confiar en que la gente entenderá».
Acertadamente, describió la ideología «woke» como el virus mental, la gran epidemia de nuestra época o el cáncer que hay que extirpar. Ideología que es la consumación del relativismo a ultranza, antes mencionado. Me limito a transcribir las palabras del líder argentino, convertido en un indiscutible líder mundial: «Esta ideología ha colonizado las grandes instituciones del mundo, desde los partidos y estados de los países libres de Occidente hasta las organizaciones de Gobernanza Global, pasando por instituciones no gubernamentales, Universidades y medios de comunicación (…) Hasta que no saquemos esta ideología aberrante de nuestra cultura, nuestras instituciones y nuestras leyes, la civilización occidental e incluso la especie humana no logrará retornar a la senda del progreso (…) Es indispensable romper estas cadenas ideológicas (…)».
Para empezar a exponer motivos esperanzadores, mencionaba esa alianza internacional que va cuajando, poco a poco, entre los que se niegan a esta nueva esclavitud de la ideología «woke» y proseguía Milei: «Lentamente, lo que parecía una hegemonía absoluta a nivel global de la izquierda woke en la política, las instituciones educativas, los medios de comunicación, en organismos supranacionales, con foros como Davos, se ha ido resquebrajando y se empieza a vislumbrar una esperanza para las ideas de la libertad». Occidente, cuna de la democracia, transitó desde concepto de «libertad» como protección fundamental del individuo frente al tirano al concepto de «liberación» mediante la intervención del Estado –y continuaba–: «Sobre esta base fue construido el “wokismo”, un régimen de pensamiento único, sostenido por distintas instituciones, cuyo propósito es penalizar el disenso. Feminismo radical, diversidad, inclusión, equidad, inmigración, aborto, ecologismo, ideología de género, entre otros son cabezas de una misma criatura cuyo fin es justificar el avance del Estado mediante la apropiación y distorsión de causas nobles».
Y para destacar una de las medidas prioritarias para resolver esta decadente situación, explicaba que el «wokismo» es «un plan sistemático del partido del Estado para justificar la intervención estatal y el aumento de gasto público, esto quiere decir que nuestra primera cruzada, la más importante si queremos recuperar Occidente (…) tiene que ser la reducción drástica del tamaño del Estado (…) en cada uno de nuestros países y (…) todos los organismos supranacionales porque es la única forma de cortar de cuajo con este sistema perverso, drenándole los recursos para devolver al pagador de impuestos lo que es suyo y eliminar la venta de favores (…). Las funciones del Estado deben limitarse nuevamente a la defensa del derecho de la vida, de la libertad y de la propiedad. Cualquier otra función que el Estado se arrogue será en detrimento de su capacidad y culminará inexorablemente en el leviatán omnipresente que hoy todos padecemos». ¡Bravo, presidente!
Inma Castilla de Cortázares catedrático de Fisiología Médica y Metabolismo. Vicepresidente de la Fundación Foro Libertad y Alternativa (L&A).