Editorial
Sabotear el Senado es sabotear la democracia
Cuando se burla de manera intencionada y repetida la fiscalización por parte de las Cortes, se alienta el arbitrario gobierno de los hombres en detrimento del gobierno de las leyes
Seis años de sanchismo han supuesto una involución en las pautas y reglas democráticas desconocida en la historia de la España de las libertades. Las anomalías, adulteraciones y engaños en esta administración son tantos que la provisionalidad y el relativismo se han impuesto en una esfera pública huérfana de moral en aquellos que ostentan el poder. Insistir una vez más en los atropellos a los diques constitucionales acumulados, en el récord de oscurantismo y falta de transparencia, en la colonización de las institucionales, en el control político de resortes legales clave viene siempre al caso, porque la denuncia que conlleva la no resignación ante el abuso de poder representa una obligación. Pero hoy queremos poner el foco en otro grave déficit democrático de esta gobernanza antisistema, la alevosa y premeditada labor de sabotaje contra el Senado, como si fuera una mera anécdota vulnerar los llamamientos e iniciativas de una cámara de representación del pueblo español. Publicamos hoy que Pedro Sánchez ha comparecido tan solo en una sesión de control en el Senado en el primer año de legislatura, mientras que los ministros han acumulado nada menos que 92 ausencias en ese periodo. Obviamente, tal cúmulo de plantes no puede responder a causas objetivas y justificadas, sino que se explica como un patrón de conducta al servicio de una estrategia de anular un espacio parlamentario que se escapa de su control por la mayoría absoluta del PP. De hecho, Moncloa, en lugar de atender a sus obligaciones constitucionales con la Cámara Alta, ha hecho todo lo posible por desactivar sus facultades en un ejercicio de filibusterismo que retrata su catadura política, pero también su vulnerabilidad. Han sido meses de una continuada campaña de descrédito y deslegitimación capitaneada por el Ejecutivo contra el Senado convertido en un ente menor y de naturaleza territorial frente al Congreso, donde «reside la soberanía popular», según el dogma sanchista. Ha sido una tesis enarbolada no una vez, sino de manera reiterada a sabiendas que era una mentira escandalosa y grosera, y un atentado a la norma fundamental, pues la soberanía nacional reside en el pueblo español y las Cortes Generales representan a ese pueblo y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado al mismo nivel. Dar la espalda al Parlamento con este regodeo es grave, pues el control de los grupos a la acción del Gobierno no es voluntario ni discrecional, sino que se encuentra contenido como una previsión constitucional que persigue la limitación y el escrutinio del poder. Cuando se burla de manera intencionada y repetida la fiscalización por parte de las Cortes, se alienta el arbitrario gobierno de los hombres en detrimento del gobierno de las leyes. Sabotear el Senado es sabotear las reglas del estado de derecho.
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