Aquí estamos de paso

Sánchez, el renacido

Ha dado a la debacle la respuesta más incuestionablemente democrática que uno ha visto jamás a este político singular

Hay que descubrirse ante la capacidad de reacción, la cintura política en sentido estricto, del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. De una sola tacada descoloca al personal, cambia el paso a la deshilachada orquesta de la política y realiza su primer gran acto de campaña electoral.

Cuando nadie lo esperaba, herido de gravedad por la cornada del 28 de mayo, se revuelve, sale al centro de la plaza y pide otro toro que confía le reoriente el ciclo de desafecto en el que él mismo ha hecho todos los méritos para colocarse.

Diría que ha sabido salir con solvencia del ojo del huracán, pero eso sería abusar ya de tópicos y ciertamente el presidente Sánchez es todo menos tópico, lo más alejado a un lugar común. Su trayectoria política empezó desde una derrota tras la que todo el mundo le daba por muerto, y ahora, cuando parecía a punto de terminar porque las urnas le han arreado un zurriagazo que para cualquiera es mortal de necesidad, se levanta y tira de un contundente imprevisto para buscar la forma de resucitar de nuevo. Duro en el comienzo, rocoso y valiente en el final, si es que llega.

Pedro Sánchez ha sido un jefe de gobierno manifiestamente mejorable. Ha dado pruebas inequívocas e inapelables de carecer de palabra y puede que también carezca de principios. Ha buscado apoyos hasta en el infierno. Incluso en aquellas calderas en las que arriesgaba abrasarse, como así ha sido. Porque no es pequeño el peso en su derrota de los devaneos y hasta encamadas con Bildu, que es una formación que, salvo en el País Vasco y parte del electorado catalán, se tiene en general por más bien tóxica. Lo de Sánchez con Bildu sólo ha servido para mantenerle a él muy puntualmente, y elevar la categoría de la coalición en el País Vasco hasta desbancar al PNV en lugares tan relevantes como Vitoria.

Ha sido incapaz de arriesgar aproximación alguna al Partido Popular, salvo cuando descaradamente le necesitaba, o equivocándose, como cuando empezó a alimentar la fama de Ayuso colocándola a su nivel para deteriorar a Casado.

Ha mantenido en su gobierno, a su pesar según dicen sus próximos, a ministras de la parte de Podemos que no superarían examen opositor alguno y han pretendido, con el éxito de todos conocido, hacer la revolución con decretos imposibles y leyes que se les han vuelto en contra, ignorando que para cambiar las cosas no hay que vaciar el agua del cubo de una tacada, sino ir poco a poco cambiándola hasta completar el ciclo. Los acuerdos secretos con Podemos han impedido que también ahí ejerciera su autoridad.

Podría extenderme más en sus digodiegos y errores, en sus promesas incumplidas y su insólita exhibición de patológica autoestima, o hasta en su manía reciente de prometer tanto y tantas veces que más que a Pedro el presidente veíamos a Pedro el del Lobo.

Pero la verdad es que hoy toca hablar de él como alguien con valor político para tomar nota hasta sus últimas consecuencias de lo que el día 28 dijeron las urnas. Cierto es que también tiene lío en su partido, y así lo conjura, y que deja descolocado al PP al que la campaña pillará de noviazgo con Vox. Pero justo es también reconocerle que ha obrado con el coraje de los valientes y ha dado a la debacle la respuesta más incuestionablemente democrática que uno ha visto jamás a este político singular.