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Editorial

Sánchez tiene un problema transversal

Tal vez Pedro Sánchez considere que, a los efectos útiles, es decir, a su permanencia en el poder, es más conveniente agitar el conflicto palestino y la bandera anti sionista en casa que acordar en el seno de la UE la posición a adoptar ante una situación de tan extrema gravedad como la de Gaza

En poco más de una semana, el presidente del Gobierno ha sido agriamente reprendido por la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, socialista, y corregido irónicamente por el canciller de Alemania, Friedrich Merz, conservador, una rara muestra de transversalidad ideológica a la hora de mantener distancias, educadas como se estila en las cancillerías de la Unión Europea, con las políticas que lleva a cabo el Ejecutivo español. Ni siquiera la «deferencia» del anfitrión del encuentro bilateral hispano-alemán de no emplear el término «genocidio» para referirse a la guerra que libra Israel en Gaza, término, como es de suponer, poco adecuado para describir el conflicto delante de un mandatario germano, sirvió para que el canciller se aviniera a tratar seriamente de la pretensión española, exigencia nacionalista más bien, de hacer cooficial el catalán en la UE. No. Incluso hubo algo de conmiseración del germano hacia el español cuando se refirió despreciativamente a la llegada de la Inteligencia Artificial como solución al problema. Algo similar a lo expresado por el diputado de ERC, Gabriel Rufián, cuando habló del traductor de Google para implantar el catalán en las empresas españolas. Ironías aparte, ambos sucesos exteriores, al que podríamos añadir las críticas de organismos deportivos internacionales como la UCI, demuestra lo que ya viene percibiendo la opinión pública española desde hace tiempo, que el papel en el concierto internacional de España es cada vez menos relevante, pese a que desde los servicios de propaganda de La Moncloa se estén centrando todos los esfuerzos en proyectar la figura exterior de Pedro Sánchez como un estadista en la vanguardia europea. Pero no. Ni la impostada oposición, de momento, meramente declarativa al nuevo mandatario de la Casa Blanca, Donald Trump, ni la radicalidad del enfrentamiento con el gobierno de Israel, con gestos muy próximos al antisemitismo y olvido de lo que ha representado y aún representa Hamás en la historia del terror en Oriente Próximo, gustan especialmente entre nuestros aliados en Bruselas, mucho más moderados y pragmáticos a la hora de encarar urgencias de política exterior. Y ello, por no hablar del rechazo evidente de una parte de nuestros socios a que sean unos partidos o agrupaciones comunistas las que condicionen la colaboración española en el proceso de rearme de una Europa amenazada directamente por Rusia e indirectamente por los aliados de Vladimir Putin, como China, la India y Corea del Norte. Tal vez Pedro Sánchez considere que, a los efectos útiles, es decir, a su permanencia en el poder, es más conveniente agitar el conflicto palestino y la bandera anti sionista en casa que acordar en el seno de la UE la posición a adoptar ante una situación de tan extrema gravedad como la de Gaza. Pero lo que conviene a Sánchez, lo mismo no conviene tanto a España.