Y volvieron cantando
Sánchez-Costa, sensibles diferencias
Justo tras el fracaso de la «ley mordaza» era cuando Sánchez confesaba su «envidia sana» ante la estabilidad parlamentaria portuguesa
Justo en la semana donde con más evidencia ha renqueado la coalición de gobierno social-podemita, hasta el punto de que algún que otro dirigente del PSOE entonaba el himno del Liverpool el día de su visita al Bernabéu, pero cambiando el mensaje, –«mejor caminar solo»– el presidente Sánchez se llevaba a parte de su gobierno a Lanzarote para ser anfitrión de la cumbre hispano-portuguesa y sobre todo agasajar al presidente luso António Costa, convertido en verdadero y auténtico referente de lo que –eso sí, más a lo grande– pretende el jefe del ejecutivo español se reproduzca en España de cara a las próximas elecciones generales extrapolando la experiencia de los socialistas vecinos con la de los nuestros en sus matrimonios de conveniencia con la extrema izquierda comunista allí, populista-bolivariana aquí.
En el entorno de Sánchez siempre se acarició el sueño húmedo de un «remake» de lo ocurrido en Portugal, donde los aliados de los socialistas por su ala izquierda decidían romper la coalición empezando por no apoyar los presupuestos y con el resultado tan sorprendente como contundente en la cita con las urnas de una histórica mayoría absoluta para Costa haciendo buena su estrategia de culpar a los antiguos socios de la ruptura. Pero ocurre que, unas pocas decenas de kilómetros entre los territorios de dos estados son un mundo a la hora de marcar sensibles diferencias porque en el caso español, una de las competiciones entre los dos partidos del Gobierno pasa precisamente por evitar ser el primero en dar el paso para la ruptura, con la consiguiente obligación de explicar a la feligresía de la izquierda tamaña decisión y con independencia de que, –seamos realistas– incluso en el supuesto de que Podemos renuncie antes de tiempo al coche oficial y las legiones de asesores, lo de una mayoría holgada par el PSOE sencillamente es política ficción. Justo tras el fracaso de la «ley mordaza» era cuando Sánchez confesaba su «envidia sana» ante la estabilidad parlamentaria portuguesa, tal vez dejando en el tintero una realidad tan palmaria como el hecho de que, salvados los grandes argumentos en política social, Costa nunca cedió por razones de puntual supervivencia ante unas ocurrencias de sus socios que aquí vienen enunciadas en el «solo sí es sí», la ley trans y un elenco nada despreciable, por no hablar de la decidida apuesta vecina por no debilitar los cimientos del estado con reformas como la de nuestro código penal. Sensibles diferencias.
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