Y volvieron cantando

Socializar la corrupción

La obsesión del PSOE en particular y de la izquierda en general con determinados territorios que un día fueron feudos propios y que por evidentes errores pasaron a manos de la derecha viene mostrándose casi como patológica

Como ocurrió con los escraches, no es de extrañar que quienes llevan tal vez demasiado tiempo señalando ante la plaza pública a ciudadanos anónimos por el mero hecho de ser familia o allegados de dirigentes políticos, acaben viendo cómo la estrategia se vuele en su contra y además ya sin posibilidad de explicar la conveniencia de mantener distintas varas de medir. Definitivamente se han hecho sonar las trompetas que, durante el tiempo que sea necesario tocarán arrebato desde las terminales de Ferraz y La Moncloa, –engrasadas aunque no siempre ajustadas de precisión relojera– para que los casos de presunta corrupción que señalan a nombres propios del partido del gobierno y sobre los que no hay día en el que no surjan novedades, sean contrarrestados con la antigua y no siempre eficaz estrategia del ventilador proyectado sobre supuestas vergüenzas del adversario político, en el riego por aspersión que pretende mostrar un collage de detritus que afecta a todos sin distinción.

La obsesión del PSOE en particular y de la izquierda en general con determinados territorios que un día fueron feudos propios y que por evidentes errores pasaron a manos de la derecha viene mostrándose casi como patológica. No se para en barras ni en el auto envío de sobres con casquillos de bala y sangre de gallina o el señalamiento al hermano de la presidenta regional, ciudadano anónimo libre de codenas, ni en sacar del baúl de fotos sepia la de Feijóo con Marcial Dorado. Antes como estrategia electoral, ahora como munición par el ventilador.

La gravedad de lo que está pasando en la política española, con un afloramiento de la corrupción ligada a los estamentos de poder, justo cuando se procede a amnistiar a políticos amenaza con la aparición de algo que no preocupa demasiado a los estrategas de partidos y especialmente del Gobierno, como es el más que probable tsunami de desafección ciudadana hacia toda la clase política con una consecuencia, no tanto ligada a posibles vuelcos electorales y consiguientes cambios de gobierno, como a la merma que para el sistema democrático supone la falta de credibilidad en las instituciones cuya cosecha acaban recogiendo los ya conocidos populismos extremos.

La mejor actitud en beneficio de la transparencia es sencillamente dar explicaciones y responder a preguntas. Díaz Ayuso lo hizo ayer con independencia de que haya convencido o no. Otros callan y activan el aspersor de estiércol, ergo huele mal.