Tribuna

Supresión de la pena de muerte

Los delincuentes por muy perversos que hayan sido sus crímenes deben tener un proceso con todas las garantías del Estado de Derecho

El Parlamento de Malasia acaba de promulgar, el día 3 de abril, una norma estableciendo la abolición de la pena de muerte que se aplicaba automáticamente en la comisión de once delitos, sin dejar acción alguna a los jueces. Es un gran avance que supone el respeto a los derechos humanos en ese país eliminando la terrible práctica que permanece desafortunadamente aún en muchos otros lugares del mundo. Las ONG han calificado de paso definitivo para el sudeste asiático

La pena capital se ha practicado sin misericordia en muchos países, algunos considerados plenas democracias, sin embargo son numerosas las personalidades que se han manifestado contra ella desde hace siglos. Escritores y juristas han combatido las torturas, los malos tratos y la pena de muerte por ser contrarias a la ética y por su irreversibilidad. Una equivocación judicial que no puede enmendarse.

El penalista más conocido es el italiano Cesare Beccaria quien en su obra «De los delitos y de las penas» combatió con gran contundencia la pena de muerte por considerar era la más grave violación de los Derechos Humanos. Expuso con inteligencia hechos concretos en los que se demostraba el horror de este condena, con la finalidad de que se modificara la normativa existente, planteando la erradicación tanto de la ejecución como de los castigos físicos que se han quedado lejos en la historia y que no tienen sentido pues se ha comprobado que no disminuyen la delincuencia. Los castigos han de servir únicamente para impedir que el delincuente pueda causar nuevos daños y que los conciudadanos se abstengan de cometer delitos. Las teorías de Beccaria fueron muy criticadas en principio. La obra se publicó en la clandestinidad, aunque se difundió por toda Europa, que se estremeció profundamente, incluso el Código Penal Británico recogió su tesis por la influencia de Jeremias Bentham.

También el gran escritor Manzoni en su obra «Historia de la Columna Infame» criticó con dureza el sistema judicial de Milán relatando una abominable historia procesal que culpabilizó a los jueces de aplicar atroces torturas a un barbero y a sus ayudantes hasta la muerte para que confesaran un crimen que no se habría producido. Según los acusadores, la peste de la ciudad se inició en Milán por la acción de los acusados que habían extendido la enfermedad con sus ungüentos esparcidos por la zona.

Con esta obra, el autor quiso conmover a los lectores con la descripción de los castigos aplicados sin piedad por los representantes de un sistema procesal que utilizó la tortura siniestra para obtener la confesión de los reos sabiendo a ciencia cierta que se trataba de un delito física y moralmente imposible.

La escritora extremeña María Antonia Morales planteó un hecho similar en su obra de teatro titulada «Un Tribunal para la Inocencia», que se estrenó en el Conservatorio de París. El protagonista fue imputado erróneamente.

El escritor Leonardo Sciascia, al prologar la reedición de la obra de Manzoni, expresó su indignación por la presión que sufrieron los reos y testigos con promesas de impunidad, aunque ha sostenido que este sistema sigue en la más palpitante actualidad pues «estamos comprobando que ciertos mecanismos perversos no son privativos del siglo XVI y por ello los errores del pasado no deben olvidarse, han de rememorarse de continuo y preciso es vivirlos y juzgarlos en el presente».

Hay que advertir, aunque no sea eximente, en absoluto, que en esa época la tortura y la pena de muerte se aplicaban en casi toda Europa, excepto en Suecia y en el Reino Unido, y resaltar que tampoco se practicaba en el Reino de Aragón como señala Antonio Gómez, en su obra «de tortura reorum».

La obra de Manzoni permaneció desconocida muchos años por haber reprobado las decisiones del proceso judicial. Años después, Pietro Verri en «Observaciones contra la Tortura» manifestó una profunda compasión por los ejecutados, aunque fuera tardía. Sin embargo, tampoco la obra de Verri, escrita en 1777, se publicó inmediatamente. Se conoció años más tarde al ser incluida en la compilación de «Clásicos Italianos de Economía Política». El editor justificaba el retraso aduciendo que «se temía que la antigua infamia, la injusta codena, manchara la honra del Senado». Lo cierto es que la memoria de los injustamente condenados y perseguidos quedó al fin reparada aunque fuera con tanto retraso.

Por último, señalar que la idea de justicia sigue aplicándose en muchos países como hace siglos. Falta mucho camino por recorrer hasta conseguir la absoluta erradicación de esta iniquidad. Hay que congratularse de esta decisión del Parlamento de Malasia con la esperanza de poder llegar a lo que Jürgen Habermas llama «universo moral», en el que se consiga la total abolición de la pena de muerte y de los tormentos, base indispensable para conseguir la paz perpetua que proclamaron Emmanuel Kant y Fitche.

Los delincuentes por muy perversos que hayan sido sus crímenes deben tener un proceso con todas las garantías del Estado de Derecho tal como establecen las Cartas Magnas y las Convenciones Internacionales de los países civilizados. El derecho a la vida es sagrado.