Tribuna

Tempus fugit

El reloj de sol marca las horas y a la vez nos recuerda que «todas hieren, pero la última mata»

Tempus fugit
Tempus fugitRaúl

Cuando acaba agosto y comienza septiembre nos invade habitualmente una cíclica nostalgia. El mes último de los dos que llevan el nombre de gobernantes romanos está marcado por un cambio del clima y del humor. Al fin hemos logrado olvidar la rutina y la pausa vacacional se ha convertido en una verdadera ruptura del tiempo. Sin embargo, ya se atisba en el horizonte la necesidad de volver a las actividades cotidianas. A finales de agosto los relojes parecen detenerse y nos regalan lapsos inasibles durante los que uno puede pararse a mirar las nubes, las estrellas o la naturaleza. Lejos del móvil y del ordenador, que incluso se quedan abandonados sin batería. Pero, con la cercanía del comienzo del curso, de repente, nos encontramos otra vez mirando el calendario y el reloj. Estos ingenios de medición del tiempo –ahora sustituidos por el móvil– son especialmente crueles en estas fechas. Es entonces cuando realmente nos damos cuenta de cómo pasa la vida y cómo, por tanto, advendrá inexorable el final de las cosas. Pienso ahora en cómo los antepasados de nuestros móviles y calendarios digitales, los viejos relojes de sol, nos recuerdan con inscripciones de lemas, normalmente en latín, la fugacidad del tiempo y de la vida humana.

Si hacemos un rápido repaso a estas hermosas frases, muchas veces extraídas de la literatura clásica, constatamos la persistencia y las variaciones del tema del «Tempus Fugit». Tal vez, para los que amamos los relojes y la cultura clásica, la nostalgia de este momento cíclico sea aún más hiriente. El reloj de sol marca las horas y a la vez nos recuerda que «todas hieren, pero la última mata» («omnes vulnerant, ultima necat»), como dice un muy conocido lema que parafrasea al gran poeta romano Horacio. Y es que estos lemas están llenos de poesía y filosofía clásica, en la conjunción única que supieron lograr los griegos y los romanos, desde Arquíloco y Mimnermo a Lucrecio y Horacio, proporcionando material para la reflexión sobre el paso de las edades.

Las variaciones sobre el tema de la fugacidad del tiempo son innumerables («hora fugit», «ruit hora», «tempus fugit», «tempus volat», «vita fugit…») ante la celeridad y la oscuridad de todo. La realidad terrenal es sombría y nocturna («velut umbra», «umbra sumus», «mox nox…») y nos recuerda nuestra triste condición material («pulvis sumus»). Se nos exhorta, como en el «motto» horaciano («carpe diem»), a aprovechar la existencia en lo posible («fruere hora», «dona præsentis cape lætus horæ»). No hay que contar las horas que pasan sino saber utilizarlas bien («utere, non numera») porque nunca volverán («non reditura»). Ya es tarde, más de lo que pensamos («serius est quam cogitas»). Todo pasa demasiado velozmente («sic labitur ætas», «sic transit…») en la atroz carrera de las manecillas del tiempo devorador de las cosas («tempus edax rerum»). Hay lemas ominosos, como cuando el cruel «gnomon», el objeto que produce la sombra de los relojes de sol, nos espeta: «mira mi sombra y verás tu vida» («meam vide umbram, tuam videbis vitam»). Otras veces nos comenta con algo más de ironía: «sin el sol me callo» («sine sole sileo»). Hay lemas humorísticos, pero la mayoría insiste en recordarnos la fugacidad de todo lo humano («memor esto brevis ævi», «memento mori», «vivere memento»). Ya ven lo filosóficos que son los latines de los relojes que nos hemos entretenido en recopilar. Y hay muchos más...

Pero ¿cómo aprovechar la vida? Volvamos a Horacio, al epicureísmo del gran poeta del «carpe diem». Los romanos recomendaban el buen ocio intelectual en tiempo de asueto («otium cum dignidate») para utilizar el tiempo de la mejor manera («altera pars otio, pars ista labori») y cumplir bien nuestra misión. La vida es mejor con la divisa de Augusto, que inspiró al humanismo y la ciencia, «apresúrate lentamente» («festina lente»), que Goethe traduciría como «Eile mit Weile». Los relojes alternan epicureísmo y estoicismo cuando aconsejan este tipo de vida, entre una productividad estudiosa y fecunda y un disfrute de la vida entre personas amadas y placeres moderados («nunc est bibendum», «amicis qualibet hora», «semper amicis hora»). Para ello, lo mejor es siempre regresar al gran Horacio, al poeta-filósofo, recientemente elogiado y glosado en el libro de Charles Senard «Ser estoico no basta: Sabiduría epicúrea para vivir el presente» (Rosamerón).

El poeta del «carpe diem» es también el del vivir tranquilo («beatus illle»), apartado del foco y el ruido («aurea mediocritas»). Horacio nos recuerda la fugacidad del tiempo («eheu fugaces … labuntur anni!») y nos da claves para filtrar el vino de la vida y del arte como antídotos ante la brevedad de la existencia, mostrando siempre en serenidad ante dolores y placeres («aequam memento servare mentem»). Tener siempre presente la muerte, en este nuestro agosto que agoniza, logrará que saquemos lo mejor posible de nuestra vida. Este consejo epicúreo de Horacio es común con el estoico Marco Aurelio: piensa siempre que el día presente es el último de tu vida («omnem crede diem tibi diluxisse supremum») como la mejor guía para lo que vayas a hacer. Agosto muere, vivamos septiembre mientras podamos.

David Hernández de la Fuente.Escritor y Catedrático de Filología Clásica en la UCM.