Aquí estamos de paso

El test de la golosina

No es una buena tarjeta condescender con Vox tan deprisa, tan de penalti

En los años sesenta del siglo pasado el psicólogo austriaco Walter Mischel inició un estudio que cuarenta años después se cerró y dio vida a un libro que llevaba por título «El test de la golosina». Imagino que no es el lector ajeno a esa historia, pero, por si acaso, la recordaré. El experimento consistía en encerrar a un grupo de niños entre cuatro y seis años dejándoles sentados frente a una golosina con un mandato: si cuando vuelva el adulto no habéis tocado la golosina, podréis conseguir dos.

Se trataba de medir la capacidad de autocontrol y la forma en que tenerla o no condicionaría su vida futura. Treinta años después de aquel primer paso, Mischel comprobó que la mayoría de quienes habían resistido a la tentación estaban más satisfechos consigo mismos, tenían mejor calidad de vida y hasta menor índice de masa corporal. Identificaba entonces el autocontrol con la salud y el equilibrio.

Uno tiende a pensar que en la política los movimientos responden a estrategias planificadas, y por eso los caminos nunca son rectos. Un político solvente no se comería la golosina hasta haber conseguido no ya el doble, sino tres veces más. Se le supone al responsable público criterio, paciencia y una pragmática serenidad. Ya caerá la golosina.

Por eso sorprende sobremanera la insólita celeridad con que el Partido Popular se ha comido en Valencia su caramelo y el de los de al lado, entregándose con armas y bagajes a una formación como Vox que proclama su rechazo al dulce pero exige al mismo tiempo atiborrarse allá donde se reparte.

Porque esa es otra, ¿qué diablos hace Vox exigiendo poder autonómico cuando reprueba el Estado Autonómico? No soy tan ingenuo como para ignorar la respuesta. Es la misma que mantenía a Podemos en un gobierno aliado siendo antiotan o en guerra en Ucrania yendo de pacifistas. Pero no está de más recordar de vez en cuando que otra de las exigencias de calidad política, además de criterio, paciencia y serenidad, es la coherencia.

Lo de Valencia le ha impedido a Feijóo digerir adecuadamente los resultados del 28 de mayo. Se los ha tenido que tragar, como ha hecho Mazón con Vox, y da la impresión de que se le están indigestando.

Ya ha tenido que advertir que estará vigilante ante los próximos movimientos de sus barones, lo que da a entender que Mazón se la coló por la escuadra. No es una buena tarjeta condescender con Vox tan deprisa, tan de penalti, en el arranque de la campaña electoral que se supone del cambio. Más aún cuando la estrategia del partido pasaba por aguantar lo más posible en la negociación y no conceder a la primera como ha sucedido a orillas del Mediterráneo.

La voracidad de Mazón ante la golosina ha obligado a Feijóo no sólo a esperar el momento de comerse la suya, sino darle unas cuantas al de al lado para aliviar el tropiezo con un barniz de responsabilidad institucional. He tragado en Valencia, pero mira Barcelona o Vitoria, allí el pacto ha sido a favor del PSOE. Y en Extremadura, antes elecciones que darle a Vox lo que pide.

Los niños que no se comieron la golosina vivieron mejor y más tiempo. A los que les pudo la prisa y el temor a perderla les fue peor en la vida.

Lo malo es que en política, ese comportamiento no sólo define la falta de astucia y acaso de criterio del impaciente, sino que sus consecuencias van más allá del propio protagonista del test. Definen al político, pero lastran la Política.