Al portador
Todas las guerras del campo cuando el arado es un lápiz
La razón no solo es de unos, pero parece obvio que las subvenciones no solucionan todo
Dwight D. Eisenhower (1890-1969), presidente de los Estados Unidos (1953-1961), explicaba en su época en la Casa Blanca que «la agricultura se ve fácil cuando el arado es un lápiz y se está a mil millas del campo de maíz». Es algo parecido de lo que se quejan los agricultores que amenazan con paralizar parte del país, como antes intentaron e hicieron sus colegas en media Europa. Es una queja en la que tienen razón, porque la burocracia de Bruselas y después la de cada país complica las labores agrícolas, aunque paga y bien por ello. Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, referente de una parte de la izquierda europea, defiende que «la reducción de los precios agrícolas globales que producen las voluminosas subvenciones de EEUU y la Unión Europea hacen que los precios de la agricultura local también caigan. De modo que los agricultores que no exportan –que solo venden su producción en el mercado interno– se vean afectados». Burocracia, subvenciones y competencia son los verdaderos problemas del campo español y europeo y los agricultores –que son un grupo de presión en Europa y en cada país– tienen razón en algunas cosas y en otras carecen por completo de ella.
El campo y los agricultores sufren la esquizofrenia de vivir anestesiados –dopados– por las subvenciones de la Política Agraria Común (PAC) y al mismo tiempo asfixiados por la burocracia y la normativa que impone la misma Comisión Europea que reparte esas ayudas. Por cierto, solo la PAC devora más de la tercera parte del Presupuesto comunitario y no es más que un «mecanismo proteccionista, que ha creado un mercado cautivo para los agricultores del viejo continente, eliminando los incentivos para modernizar el sector primario», apunta el economista liberal y presidente de Freemarket Lorenzo Bernaldo de Quirós. Los agricultores se quejan con razón de las decisiones de los eurócratas y en España, también de un Gobierno que ha adelantado dos años la obligatoriedad del llamado «cuaderno digital de explotación», que genera todavía más y muy compleja burocracia. Los lamentos sobre importaciones de ciertos productos tienen menos defensa porque prohibirlas por precio equivale a un impuesto encubierto y a que las familias con menos ingresos sufran más cuando compran productos del campo que las más acomodadas. Como siempre, la razón no solo es de unos, pero parece obvio que las subvenciones no solucionan todo y que todo es fácil cuando el arado es un lápiz como decía Eisenhower.
✕
Accede a tu cuenta para comentar