Opinión

Un traductor para la necedad

Los separatistas, verdaderos destinatarios de esta prebenda, están dando volteretas laterales, bailando sardanas y aurreskus, mientras discriminan a los hispanohablantes

El Congreso español ha alcanzado el nivel máximo de desatino con la introducción de las lenguas regionales en su actividad cotidiana.

A través de este absurdo, el gobierno de coalición elimina definitivamente el español como lengua nacional de España y como lo que es (cualquier lengua) una herramienta de encuentro y de entendimiento entre los habitantes de un país.

Pedro Sánchez no estaba en el “guateque” que se ha liado (donde solo ha faltado un elefante y una inundación), pero los separatistas, verdaderos destinatarios de esta prebenda, están dando volteretas laterales, bailando sardanas y aurreskus, mientras discriminan a los hispanohablantes en sus respectivos colegios y tratan a los españoles como ciudadanos de tercera.

Por su parte, los miembros de Vox, fieles a su incuestionable sentido del espectáculo, han abandonado el hemiciclo con semblantes severos y teatrales gestos de desaprobación (¡y bien que han hecho!), tras depositar los aparejos del carísimo paripé de la traducción en el escaño del presidente.

Mención especial para nuestro Rufián, cuyo catalán es tan malo que deberían decirle sonrojados que se calle, aunque en su descargo hay que destacar que se le entiende, como a cualquier buen charnego.

El partido Popular, tampoco ha querido pasar inadvertido y quedarse atrás en este “happening” y en la figura de Borja Semper ha protagonizado su propia performance. El joven ha ofrecido un discurso en vasco, pidiendo (leyendo) euskaraz que nos dejemos de gilipolleces, y aunque ha sido enormemente criticado y acusado de incoherencia, no estoy de acuerdo, su intervención, quizá la más lastimera de todas, por la naturaleza misma del idioma vascuence, ha dejado claro hasta qué punto delirante puede llegar la bufonada de los socialistas.

Yo nací en el País Vasco y el euskera no nos gustaba a los niños (a la mayoría) por ser una lengua muy difícil (reconozcamos que no es disparatadamente eufónica) y de dudosa utilidad, por su evidente localismo. Mi padre decía, con sorna, que comprendía que nos obligaran a estudiarlo, que era absolutamente necesario protegerlo y fomentarlo porque si no desaparecería.

Hay una premisa fuera de toda controversia: si una lengua es útil para un pueblo, aunque sea por razones emocionales, no es necesaria su imposición. Del mismo modo, si un pueblo ama una lengua y se identifica con ella, esa lengua se habla, goza de buena salud y no hay que conectarla al respirador artificial de la obligación.

Pero regresemos al Congreso donde todos hablan el mismo idioma, pero a partir de ahora cada uno hablará en lo que le da la gana… Me parece que el extraño fenómeno manifiesta sobre todo una falta de gentileza, o etiqueta, bochornosa. Nuestro hemiciclo en adelante manifestará egoísmo, aun más, y mezquindad, por si había poca, para contentar a los independentistas…

Y hablando de etiqueta, por cierto, ir vestida como suele hacerlo Armengol, a representarnos al Congreso, ese templo de las ideas, como ella dice, es peor que la tocada de pelotas de Rubiales. ¿Y en qué quedamos zurdos? ¿Protocolo sí o protocolo no? Incoherencia extrema.

En cuanto a la estética, es la fuente de información y expresión más importante e inequívoca de la que disponemos en este mundo. (Nota: para todos aquellos que se indignan cuando hablamos del atuendo y la imagen de nuestros gobernantes, les recomiendo desde el cariño y la paciencia, que no sean tan ingenuos ni superficiales, y que, si lo son, que disimulen.)

Dicho esto, de todas las faltas de solemnidad y todas las formas de horterada e inmoralidad posibles, la más alarmante no es la textil (o la indolencia de presidir el congreso vestida de abrillantar rodapiés), sino la lingüística, la verbal, porque es la que peor solución ofrece y la que más resistencias opone a su modificación. Como decía Bernard Shaw, es muy difícil “llenar el abismo que separa un alma de otra con el lenguaje”.

Y un sólo JOLÍN de Irene Montero, ya tuvo el poder aniquilante de devaluar a todo el Congreso y denigrar a todos los españoles en una décima de segundo...