El desafío independentista

¿Democracia o Demagogia? (I)

Sobre lo acontecido desde entonces hasta hoy, ríos de tinta han corrido. En esencia, han continuado utilizando de la forma más absolutamente demagoga el concepto de Democracia

La Razón
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El pasado 1 de octubre de 2017, sobre las 3:30 a.m., sin poder dormir debido a los nervios y a la angustia que todo el procés ha generado en todos los catalanes, empecé a escribir un artículo que pretendía titularse «Democracia o Demagogia». La verdad es que sigo sin saber si fue antes el huevo o la gallina, sinceramente. Empecé la casa por el tejado, quizás eso me inspiró o, simplemente, me relajó.

Una vez escogido el título comprobé conceptos. Acudí, por tanto, al diccionario de la Real Academia Española. Al leer la definición de demagogia pensé: ¡Es exactamente lo que han hecho y venido haciendo! No me lo podía creer, había acertado con el título de una manera increíble, sobre todo por la forma tan demagoga con la que han utilizado –y siguen utilizando– el concepto «Democracia» todos los responsables del procés.

La definición no tiene desperdicio. Demagogia es una práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular y una degeneración de la democracia consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o de mantener el poder. ¡Impresionante!

Con, valga la redundancia, el objetivo de ser objetivo –y de que no se me acusara de españolista o fascista (conceptos, lamentablemente, utilizados como sinónimos en la tierra en que vivimos) respecto a las fuentes consultadas– acudí al Gran Diccionari de la Lengua Catalana. Entiendo que a muchos lectores les pueda parecer rara la forma de proceder. Explicarlo requeriría unos cuantos artículos más.

¡Sorpresa! La definición del Gran Diccionari de la Lengua Catalana encaja todavía mejor con lo que han venido haciendo y diciendo todos los responsables del procés. Demagogia se define como una forma impura de gobierno y como política fundamentada en la utilización de métodos emotivos e irracionales para estimular los sentimientos de los gobernados hacia la aceptación de programas de acción impracticables y falaces que solo pretenden mantener situaciones de privilegio.

El embrión de artículo, redactado en formato carta, concluía de la siguiente forma: «Senyor President de la Generalitat, no sé quina serà la solució a aquest problema, però del que sí estic convençut és de que el que ha agafat no és el camí. Senyor Puigdemont, deixin la Demagògia i tornin a la Democràcia».

Sobre lo acontecido desde entonces hasta hoy, ríos de tinta han corrido. En esencia, han continuado utilizando de la forma más absolutamente demagoga el concepto de Democracia.

El tiempo ha demostrado que la gran mayoría de las afirmaciones y conceptos que trasladaron a la sociedad –por no decir la totalidad– eran falsos, absolutamente falsos. Valga decir, a título de ejemplo, que afirmaban que no se irían las empresas de Cataluña y que el pseudoreferéndum sería reconocido a nivel internacional. Sobran las palabras.

Hoy, tristemente, siguen utilizando la demagogia como arma para su único y exclusivo beneficio. No en vano siguen hablando de presos políticos en lugar de políticos presos o de miembros del gobierno en el exilio en lugar de fugados. Lo peor es que saben perfectamente lo que hacen y porqué lo hacen.

Nos toca vivir momentos tristes, momentos en los que, como consecuencia de la gran irresponsabilidad de nuestros gobernantes, familiares y amigos han perdido contacto y relación. No han sido pocas las veces que hemos escuchado a gente afirmar, sin parpadear, que era evidente que los Mossos iban a incumplir las órdenes judiciales, dejando votar a la gente el pasado 1 de octubre. Se asume como válido el incumplir el ordenamiento jurídico. ¿Cómo puede ser que se haya llegado a este punto?

Es absolutamente lícito y respetable sentirse catalán y no sentirse español. Es absolutamente lícito y respetable luchar por la independencia. Por supuesto, faltaría más. Sin embargo, es absolutamente reprobable y antidemocrático tratar de conseguir la independencia menospreciando a la mitad de los ciudadanos de Cataluña y al resto de los españoles. Lo de saltarse la ley o directamente inventársela (solo así puede calificarse el acto por el que se aprueba una ley que, desde que nace, queda fuera del ordenamiento jurídico por falta de competencia, por ser contraria a normas de rango superior o por no reunir los quórums necesarios para su aprobación), también requeriría de muchos otros artículos.

La irresponsabilidad de nuestros gobernantes ha sido total. Cuando se pierde el respeto a todo, utilizando la demagogia como arma y, lo peor, se impide que los jueces y magistrados actúen de forma independiente (e.g. impidiendo que se cumplan sus resoluciones), se pueden afirmar muchas cosas, pero lo que no se puede afirmar es que eso es democracia. De nuevo, demagogia.