Joaquín Marco

El año del gallo

La evolución de la política catalana, el siempre anhelado referéndum y las nuevas elecciones provocan incógnitas preocupantes

La Razón
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Este año nuevo chino, recién estrenado, tiene como referencia el gallo y me temo que con las múltiples inquietudes que estamos viviendo y las que se avecinan –y no sólo en Cataluña– este símbolo resulta adecuado. El mundo entero se ha convertido en un auténtico corral, en el que hay gallos que cantan al amanecer o a destiempo. Trump lo hace a diario en cuanto amanece al otro lado del Atlántico. Esta semana Cataluña ha vivido bajo el signo de los cautos desplantes del gallo Artur Mas en el TSJC de la capital catalana. Todo retorna aunque nada permanece y el pasado lunes pudimos rememorar las sucesivas manifestaciones del 11 de septiembre y evocamos, algunos con nostalgia otros con indiferencia y la mayoría en silencio, aquella convocatoria del 9 de noviembre, ahora convertida en juicio penal. La mañana del pasado lunes la Ciudad Condal amaneció fría y ventosa y obligó a los cerca de los 40.000 manifestantes, algunos llegados desde la Cataluña profunda, y a los acusados, Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau a levantarse muy pronto, lo que contribuyó a conferirle un carácter épico al desfile que acompañó a los acusados desde la Generalitat hasta las puertas del Tribunal. Se cantó «Els Segadors» en el mitificado Fossar de les Moreres y mientras se celebraba el juicio, iniciado casi con tres cuartos de hora de retraso, volvió a cantarse «La estaca», la canción simbólica de protesta de los setenta del ahora ya diputado Lluís Llach. A algunas asociaciones de jueces esta manifestación les desagradó: Celso Rodríguez, portavoz de la Asociación Profesional de la Magistratura, la calificó de «romería» y Raimundo Prado, de la Francisco de Vitoria, la entendió como «chantaje moral». Pero en el interior de la sala donde se celebraba el juicio reinó siempre un absoluto silencio no exento de tensión. Y al día siguiente desaparecieron los acompañantes.

El actual presidente de la Generalitat, el vicepresidente, de Esquerra Republicana en un término secundario, los miembros del presente y del anterior Govern y otros destacados políticos habían acompañado a quienes iban a ser juzgados hasta las puertas. El acto llegaba precedido por las detenciones que se produjeron a fines de la semana anterior en relación a un 3% que persigue, inmisericorde, a diversas formaciones políticas y que años ha, Pasqual Maragall, desde las filas de la oposición, en sede parlamentaria, lanzó a la cara de Mas, aunque poco después la retiraría ante la indignación de la antigua CiU. Forma parte de lo que podría calificarse de historia y, a la vez, vergüenza interminable. El ex presidente Mas, delfín de Jordi Pujol, siempre ha estado en la política y ante la decisión de Puigdemont de celebrar en mayo o en septiembre un referéndum, que no ha de celebrarse según Mariano Rajoy, tras las otras elecciones plebiscitarias, como se especula, podría ser factible el retorno del todavía líder del PDECat, con el permiso de Oriol Junqueras (ERC), a quien se considera futuro President. Pero la evolución de la política catalana, el siempre anhelado referéndum y las nuevas elecciones provocan incógnitas preocupantes. Tardaremos en conocer el resultado final del presente juicio que podría alterar el futuro de Mas de resultar inhabilitado, aunque declaró el día anterior al proceso que seguiría en la política, pero habrá que ver en calidad de qué. El juicio habría revalorizado su figura de líder y torpedearía la hasta hoy poco rentable Operación Diálogo promovida por el Gobierno Central.

En unas declaraciones a «La Vanguardia» del pasado domingo, Carles Puigdemont reclamaba el diálogo a fondo sobre las relaciones entre Cataluña y España: «No pido a Mariano Rajoy hablar del referéndum, sino hablar de Cataluña y España». Pero, a lo largo de la entrevista, Puigdemont, que dice anhelar volver con su familia a Girona, de donde procede, como buen gallo, sabe alzar la voz y presagiar que el tiempo se acaba. Desde hace más de cinco años el independentismo ha ido sumando ante la resignación de los gobiernos del PP, marginando la posibilidad de resolver siquiera parte de aquellas propuestas que Mas llevó a Madrid a comienzos de la anterior legislatura y que no tuvieron respuesta. Tampoco se ha logrado que Sáenz de Santamaría, pese a declarar sus buenas intenciones, haya llegado a concretar los problemas pendientes con una autonomía singular. Las posiciones de Madrid y Barcelona siguen siendo antagónicas. El problema no es de hoy, sino que se arrastra desde hace siglos. Mas no es el primer representante de la Generalitat que es juzgado por un gobierno democrático, como demuestran los hechos de 1934. El regreso de Tarradellas durante el gobierno de Adolfo Suárez y el restablecimiento de la institución, que se había mantenido simbólicamente en el exilio, no pudo silenciar el fusilamiento de Lluís Companys, extraditado por la Gestapo en Francia. Hubiera convenido tender cuanto antes puentes de diálogo, como se intentó, incluso durante la etapa franquista, con libros como los de Vicens Vives o Ferrater Mora. Al margen de las responsabilidades de unos y de otros, porque el «oasis catalán» nunca fue tal, es necesario sustraerse a esa «riña de gallos» que parece abandonar cualquier esperanza de futuro. El aire político, pese a los inmediatos Congresos partidistas y los que vendrán, se enrarece. Los cantos de viejos y nuevos gallos acaban confundiendo y ensordeciendo nuevos y viejos partidos. Demasiadas peleas inútiles para corrales tan pequeños.