Teatro

Francisco Nieva

El enchufe y la recomendación

Pronto comprendería que esto del nepotismo no tiene fronteras ni distingue ideologías. En plena dictadura, por un amigo periodista, coloqué varios artículos sobre arte en un periódico clandestino

La Razón
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Qué español es esto, según se dice. Parece que todo sucede en una sociedad de compinches mafiosos y no de ciudadanos normales.

–«Desengáñese usted, doña Pilar, su hijo tiene mucho talento, pero necesita relacionarse bien, necesita un enchufe para sostenimiento económico de la familia».

Esto lo decía una bella y elegante amiga de mi madre, muy bien relacionada con gente importante de la política y el arte. Sus razonamientos me exasperaban. Yo juzgaba de modo muy adverso a la sociedad del enchufe y las recomendaciones. Por aquel entonces me postulaba como muy de izquierdas, por lo cual, era un alérgico al enchufismo y, por más que hizo doña Carola, nunca se halló ningún enchufe para mí.

Pero pronto comprendería que esto del nepotismo no tiene fronteras ni distingue ideologías. En plena dictadura, por un amigo periodista, coloqué varios artículos sobre arte en un periódico clandestino. Aunque, a la vez, yo tenía varios reproches que hacerle a la praxis del marxismo en la Unión Soviética. Yo fui muy amigo de Nina Gurfinkel, alemana criada en Rusia y muy relacionada con Stanislawski y Meyerhold, que se quejaban del opresivo conductismo del partido y los excesos dictatoriales de Stalin. La Stalinova era una gran enemiga de Meyerhold, por las selectas mariconadas de las que hacía gala en sus montajes, inadecuadas para el público trabajador, que las tragaba con no poca dificultad. No paró hasta deportar a Siberia al gran renovador escénico, asesinado poco después, así como su mujer, en Moscú. Un deleznable crimen político, semejante al asesinato de Lorca en España. Es tanto más difícil de comprender a un individuo cuando lleva demasiada razón, por lo complejo de la conciencia humana, pues también me permití publicar no pocos artículos antimarxistas en el periódico «ABC».

Al final, me hice profesor de teatro para poder ganarme la vida, y del mundo de las recomendaciones guardo un mal recuerdo, que voy a contar: yo formaba parte de un jurado encargado de seleccionar a los aspirantes a actores en la escuela de teatro. Mi amigo, el periodista subversivo, tuvo la desfachatez de recomendarme a su hija, que deseaba ser actriz. Le dije que yo mismo la prepararía, y en esto me empleé durante muchas horas de trabajo con la chica, que tenía un gran tipo y era muy bella de rostro. Solo para figurar en algún cartel, porque carecía por completo de facultades miméticas, un desastre como tal actriz. Un día, después de dos semanas de trabajo con ella, tuve que decirle la verdad.

– «Mi querida niña, no te aconsejo presentarte a las pruebas, porque careces de condiciones para ser actriz. Intenta ser modelo de Alta Costura o algo por el estilo. No te puedo engañar ni engañarme yo. Aparta este sueño de tu cabeza, no sirves y punto final. En toda conciencia, no puedo aprobarte ni recomendarte, nada puedo hacer por ti. Perdóname a tu vez».

A pesar de todo, la chica se presentó al examen de ingreso y, como era de prever, la suspendimos. Yo no pude levantar un dedo en su defensa. Alguien comentó cerca de mí: -«¿Quién se habrá encargado de preparar a esta pobre chica, para que lo haga tan mal?». Yo bajaba la cabeza con vergüenza. En el mundo de la enseñanza no se debe aprobar a nadie por caridad, y sentía pena por ella y por mí. Poco después, la chica me llamó para dolerse y lamentarse.

– «El jurado ha obrado en consecuencia. Ya te lo advertí. No sueñes más con lo imposible. Te digo y te repito que nunca serás una actriz. No estás hecha para el teatro. Ruego que te serenes y aceptes esta adversidad».

Pero solo fue colgar el teléfono y la pobre, desesperada, se arrojó por una ventana al patio. ¡Horror! Una bedel de la escuela me lo comunicó muy apenada solo veinte minutos después. Hasta ahora me he sentido culpable de su muerte. Y fue por lo que su padre se cebó sobre uno de los más relevantes miembros de aquel tribunal, intentando minar por completo su reputación. Según su criterio, yo la tenía ya por los suelos.

Este es uno de los más amargos recuerdos de mi vida como profesor.